Procesos de Aprendizaje
I Ciclo-Diplomado en Teología
Semana del 22-Febrero-2010 al 26-Febrero-2010
Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves
Lectura del curso:
Avendaño Herrera, Francisco (s.f.). Introducción a la teología
(pp. 1-35). UNED.
TEMA I
LA VIDA HUMANA
La fe es la experiencia de Dios en la historia del ser humano; es decir, el conocimiento que el ser humano va adquiriendo de si mismo, de su historia y del universo a partir de la experiencia con Dios. La memoria de la fe se convierte en una producción humana que narra dichas experiencias, como por ejemplo la testimoniada en la Biblia.
Los seres humanos tenemos que tomar decisiones diariamente. Estas decisiones están vinculadas con las convicciones más profundas de nuestra vida, en el caso de los creyentes, con la fe. Sin embargo, muchas veces actuamos sin considerar que nuestras acciones afectan positiva o negativamente aquello que le da un significado a nuestras vidas.
Existen actividades cotidianas que normalmente no presentan problemas para nuestra fe ni para nuestros fundamentos y la calidad de nuestra relación con estos; como por ejemplo, nuestra manera de vestir, la comida que comemos o cómo la preparamos, tomar el autobús, ir al trabajo, salir de paseo, etc. Sin embargo, empezamos a valorar este vínculo de fe cuando existe algún acontecimiento que trastorna nuestra vida; como por ejemplo, una enfermedad, falta de dinero, problemas familiares. Mientras nuestra vida transcurra sin situaciones críticas, nuestras creencias parecen permanecer estables y pasan desapercibidas. No requerimos defender, manifestar o decir acerca de lo que es fundamental en nuestras vidas según nuestras convicciones hasta que suframos algún tipo de trastorno.
Algunas personas interpretan las crisis como si fuesen pruebas peligrosas provenientes de fuentes ocultas, malignas y destructivas, cuando en realidad son espacios que pueden abrirnos experiencias espirituales internas. Son en estas circunstancias cuando surge tanto lo mejor como lo peor de nosotros. Ante las diversas situaciones que se nos presente en el transcurso de nuestras vidas, debemos acomodar las circunstancias respecto a lo que pensamos de Dios, por ejemplo cuál es su voluntad o el camino a seguir y de este modo se logrará controlar cada situación.
Muchos de los nuevos movimientos religiosos que surgen, ofrecen formas de vivir en Dios donde se suprime nuestra capacidad de pensar, ello lo consiguen acentuando en la presencia del Espíritu en nuestras vidas y afirman que es el Espíritu mismo quien nos muestra el camino, pero sin ninguna participación de nuestra parte. Sin embargo, en las tradiciones religiosas que nos presenta la Biblia, se nos enseña a aprender a pensar en el Espíritu, ejemplo de ello el llamado que se nos hace a la conversión, para lograr una transformación interior que nos permita vivir y pensar de forma inspirada para así dejarnos mover hacia un nuevo camino.
Una característica del ser humano es su empeño por asegurarse la continuidad de la vida, no solo transforma la realidad, además hace presente en dichas transformaciones sus mismos sueños de perpetuarse en la inmortalidad mediante esta creatividad simbólica. De este modo se realiza su humanidad al participar en la construcción de proyectos. Se puede afirmar que el ser humano es un ser simbólico. Cada persona realiza su humanidad cuando participa en la construcción de proyectos.
Para seguir adelante necesitamos un pasado reconciliado, crear hábitos y disposiciones que tiendan a “ser y estar atentos”, a “perdonar” y “ser perdonados” para conseguir condiciones idóneas para transformar nuestras vidas. Estar atentos consiste en la capacidad de discernir entre los acontecimientos y crear nuevos procesos de representación y perspectiva de la realidad. Perdonar y ser perdonados es el hecho de liberar a otras personas de la culpa y descubrir que nosotros mismos experimentamos liberación. Para comenzar de nuevo y recrear la realidad requerimos reconciliarnos con nuestro pasado.
En la actualidad se vive un ambiente globalizado, con una visión del mundo que requiere volver a la unidad en lugar de divisiones, donde no sólo debemos encerrarnos en nosotros mismos, sino que al ver la realidad que nos rodea, logremos inspirarnos para darle un significado a nuestras propias vidas. Estar conscientes de lo que acontece a nuestro alrededor implica ver aun aquellos procesos por más dolorosos que estos sean. Es primordial que estemos conscientes que las experiencias negativas y destructivas también son objeto de superación, principalmente cuando tenemos claro que somos partícipes de un proceso creador.
Las comunidades de fe deben cumplir con el papel de ayudar a las personas a estar atentos con lo que acontece en el mundo y aquello que surge como consecuencia de esos eventos. Además, convocar a las personas para que estén atentas al acontecer del contexto histórico.
Debemos estar conscientes que nuestro modo de actuar y de vivir basados sólo en nuestros propios intereses afecta nuestra vida, el planeta y el cosmos en conjunto. Cuando actuamos pensando también en las necesidades de cuanto nos rodea, nuestra vida adquiere estabilidad y un verdadero significado. Sin embargo; como somos parte de un sistema de relaciones que compartimos con otros dentro de la sociedad, el sentido de la existencia humana no se reduce sólo a entregarse a la sociedad y al medio que lo rodea, la sociedad y su entorno debe adquirir sentido para nosotros. Con ello evitamos caer en la idea que servimos solo como si fuésemos una máquina sin sentido.
El cristiano reflexiona desde la fe, acerca de sí mismo, de su entorno social y ecológico. No se ve a si mismo únicamente como un ser con una serie de procesos mentales y fisiológicos, acciones y formas de comportamientos, deseos y sensaciones que marcan el tiempo de su destino final sobre este mundo. El cristiano está convencido que es un ser tanto material como espiritual y que Dios está en medio de nosotros como individuos y como miembros de la humanidad.
En la Biblia hayamos los testimonios espirituales de seres humanos concretos. En el Antiguo Testamento se nos muestra que “Yahvé vive” (Sal 18,47) y se percibe en la creación, en la historia de la salvación y en la propia conducta de las personas, de este modo la vitalidad de Dios se convierte en objeto de confesión de fe. Dios es la fuente de la vida y todas las criaturas debemos su existencia a Él, quien es el Señor de la vida y de la muerte. Si Dios retira el aliento de vida que nos ha infundido, las criaturas perecemos. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, la vida es todavía una realidad terrena concedida por Dios; se limita principalmente en vivir los años concedidos, en la paz, la alegría, la felicidad, la fecundidad de la tierra, la salud, una descendencia numerosa y en poseer la tierra prometida por Dios a través de la obediencia de los mandamientos y de las leyes otorgadas por ÉL.
A partir del último período del pueblo de Israel es cuando comienza a mostrarse la esperanza en la superación de la muerte y en una vida en sentido escatológico trascendente. Ello se refleja en la experiencia de hombres que ascienden hasta la morada de Dios, también se comienza a reflejar la esperanza en una comunidad eterna con Dios, quién los liberará del lugar a donde van a dar las almas de los muertos, el sheol.
En el judaísmo tardío, la visión de la vida llega a su pleno desarrollo. Las concepciones sobre la vida eterna se desenvuelven en cuanto al lugar de la salvación en un mundo celestial trascendente, la determinación de la inmortalidad del alma o la prolongación gloriosa de la vida terrena, la visión en un lugar provisional de salvación mientras se espera la resurrección de los muertos. Sin embargo, estas concepciones sobre la vida eterna aún difieren considerablemente entre el pueblo.
En el Nuevo Testamento (NT), la vida significa en los sinópticos casi siempre la vida eterna, referido en el Reino de Dios, implicando la superación del poder de la muerte y principalmente limitando con ello el dominio de Satán. La vida futura adquiere tal valor que aferrarse a los bienes terrenos se convierte en algo insensato.
En la teología del apóstol Pablo, la vida está determinada por la “realidad de Cristo”, donde la vida del creyente se considera participación en la vida de Cristo resucitado, considerado el nuevo Adán escatológico, la vida es consecuencia de la justificación y la nueva creación por la gracia recibida de parte de Dios a través de Jesucristo. Con esta realidad de participación, el creyente recibe desde ahora el don salvífico escatológico de la vida y con ello se anticipa algo de la futura salvación. Sin embargo, ello no implica que el creyente posea desde ya una vida gloriosa total, sino que esta vida permanece invisible junto a Cristo resucitado. La nueva vida está presente en el cristiano por medio del Espíritu de Dios que habita en el creyente desde el momento del bautismo. La comunidad cristiana debe manifestar esta realidad de unidad con Dios mediante la obediencia a mantener una buena conducta moral; es por tanto una salvación en la esperanza. La vida divina se manifestará plenamente en la resurrección de los muertos, donde alcanzará su plenitud cuando se convierta en el estado glorioso incluso corporal de la vida eterna conjuntamente con Cristo.
En la Epístola a los Hebreos, la vida a penas si es mencionada, sin embargo, se emplean las imágenes del camino y del santuario tomadas del judaísmo, para demostrar que el camino hacia la eternidad ya ha sido abierto por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, camino que ÉL mismo ha recorrido mediante su muerte y resurrección. En vista de esta realidad, los cristianos tenemos la esperanza de entrar con Jesús al cielo, el cual nos ha hecho partícipes de la vida eterna por medio de su propia sangre derramada en la cruz. La vida en la epístola implica la perfección de los creyentes a ser imitadores de Cristo mediante una conducta siempre libre de culpas morales y conlleva como recompensa ser partícipes de la herencia eterna a quienes logren permanecer en la fe en Jesús.
En Juan la vida presenta dos rasgos característicos: Primero en el marco dualista, la vida viene únicamente desde arriba, del mundo celestial y espiritual; en el mundo terreno y material domina la muerte. Segundo, Cristo no sólo concede la vida, sino que ÉL mismo como ser preexistente que viene desde el mundo celestial a nuestro mundo material mediante la encarnación, es la vida misma en persona.
El creyente obtiene la vida en comunidad espiritual con Cristo, en virtud del sacrificio de su muerte, en la generación espiritual sacramental mediante la renovación y aplicación del don eucarístico de su carne y su sangre. Además mediante la aceptación de su mensaje por la fe. Sin embargo, al igual que en la teología paulina, Juan está de acuerdo en que el don escatológico de la vida en este mundo terrenal no se convierte un estado inminente en una vida gloriosa y paradisíaca. La vida del cristiano debe manifestarse en el amor al prójimo, el cumplimiento de los mandamientos y perseverar dócil y constantemente en las enseñanzas de Jesús y en su palabra a pesar de las adversidades.
La vida eterna que adquiere el cristiano en este mundo inicia desde el bautismo y nos reúne en una comunidad real con Cristo, pero esta vida alcanzará su plenitud en el futuro, con la participación de todos los discípulos en la gloria celestial de Jesús después de la resurrección de los muertos. Después de la resurrección de los muertos es cuando permaneceremos eternamente en una estrecha relación con Dios y su Hijo.
En el Apocalipsis se describe de varias maneras la vida eterna de quienes son partícipes de la salvación. Se emplean símbolos recibidos del judaísmo y elementos del cristianismo. El mensaje en este libro tiene como tema central la victoria final del Cordero de Dios, el mismo Jesucristo resucitado y victorioso. Los que están inscritos en el “libro de la vida” recibirán también junto a Cristo la victoria sobre la muerte y sobre el poder de las tinieblas y gozarán eternamente de la vida celestial.