Procesos de Aprendizaje
I Ciclo-Diplomado en Teología
Semana del 22-Marzo-2010 al 26-Marzo-2010
Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves
Lectura del curso:
Teodoro de Balle ¿Qué significa afirmar que Dios habla? En, “Selecciones de Teología” 134 (1995) 102-108, de la publicación original de Andrés Torres Queiruga (1994). Hacia un concepto actual de revelación. Sal Térrea 82.
¿QUÉ SIGNIFICA AFIRMAR QUE DIOS HABLA?
A lo largo de la historia, Dios ha hablado en ocasiones concretas, de modos extraordinarios, a través de personas que ÈL mismo ha elegido para que transmitan lo que ÉL quiere decirnos. ÉL nos revela su mensaje cuando, cuanto y como quiere. De un modo particular lo hizo a través de un grupo elegido a quienes llamó su pueblo, Israel.
Dios se manifiesta desde la misma creación. En el mundo natural Dios se manifiesta a través de las leyes físicas que dan testimonio de su presencia, por medio de su creación; en el mundo humano se manifiesta a través del deseo y de la búsqueda de la libertad, en las llamadas al bien y a la justicia.
A lo largo del tiempo, Dios nos muestra su designio salvador, de acuerdo con las distintas circunstancias y a través de todos los medios. De este modo, lucha con nuestra propia ignorancia y sencillez, nuestros malentendidos y limitaciones, para ir entregándose y manifestándose conforme nuestra capacidad de percepción se lo permite. Es la misma humanidad quien limita a Dios para manifestarse tal cual es y que por nuestras propias limitaciones no logra entregarnos toda la revelación de un modo único, sino que Dios por amor a nosotros, se ajusta a nuestro ritmo en el tiempo para ir descubriéndose a sí mismo ante nosotros y revelarnos el camino de la salvación.
Desde el comienzo de la humanidad Dios toma la iniciativa para darse a conocer valiéndose por todos los medios en cuanto las circunstancias y las posibilidades culturales lo permiten. Estas aparentes limitaciones no son productos de un poder limitado por parte de Dios, sino que Él mismo respeta nuestra libertad como criaturas y desea que dicho encuentro sea libre y motivado como una respuesta de nuestra parte por el mismo amor de acercarnos a Él así como Él desea acercarse a nosotros. Porque Dios ama a su creación desea que todos nos salvemos y que le conozcamos como respuesta amorosa a su llamada. En este sentido, todas las religiones reflejan el resultado de esa presencia de Dios, de su encuentro amoroso con la humanidad y de esa búsqueda del ser humano con lo divino, aunque de manera provisional y limitada, a través de deformaciones, abusos o perversiones por nuestra parte. Por esto, cuando culmina en Cristo, la revelación se hace universal. De ahí la enorme importancia del diálogo entre las religiones.
La Biblia nació precisamente del descubrimiento de Dios en la vida de un pueblo y de la sucesiva comprensión de su modo de relacionarse con los seres humanos y de las actitudes que en ellos suscita. Sólo de eso habla la Biblia. La Biblia, lejos de ser algo aislado, debe vivificar nuestra experiencia y mantener actual la vivencia de la revelación. La vida religiosa auténtica no consiste en "vivir de memoria" de una revelación pasada, sino un vivir actual desde un Dios que se revela ahora. La revelación como descubrimiento culminó en Cristo, pero eso no significa que la revelación haya acabado. Sin la Biblia es muy probable que el cristianismo se hubiera extraviado en el marasmo de la crisis histórica.
Procesos de Aprendizaje
I Ciclo-Diplomado en Teología
Semana del 22-Marzo-2010 al 26-Marzo-2010
Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves
Lectura del curso:
Torres Queiruga, Andrés (s.f.). Creer de otra manera.
CREER DE OTRA MANERA
Se debe cambiar muy hondamente las palabras y conceptos con que expresamos y vivenciamos nuestra fe para evitar que sean incompresibles y dudosos para las nuevas generaciones. De tal modo que se logre evitar un escándalo cuando datos que son pan cotidiano en los manuales de teología saltan a los periódicos como peligrosos descubrimientos para la fe: que si no ha habido un Paraíso con Adán, Eva y la serpiente; que los Magos y su estrella, la matanza de los inocentes y la huida a Egipto no pretenden ser narración de hechos reales; que en numerosas e importantes cuestiones los Evangelios no concuerdan entre sí... sirven de blanco para el ataque desde fuera y ponen, dentro, la fe en cuestión para muchos. Todo, porque en la predicación, la catequesis y a veces hasta en las clases no se aclaran a tiempo conceptos elementales.
Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y lo que Dios quería dar a conocer con dichas palabras. Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. La crítica bíblica fue el comienzo de la crítica religiosa; mostrando que los Evangelios, y con más razón la Biblia en su conjunto, no podían seguir siendo tomados a la letra. En aquel tiempo el impacto fue tal, que muchos pensaron que el cristianismo estaba acabado, hasta el punto de que hubo muchos seminaristas que buscaron otro oficio. Al principio se creó una reacción defensiva en la conciencia eclesial, con el resultado bien conocido de una permanente resistencia a asimilar los nuevos datos y sacar honesta y limpiamente las consecuencias para una nueva lectura de las grandes verdades de la fe. La resistencia, curiosamente, fue primero protestante, pues la crítica parecía minar su principio fundamental de la sola Scriptura, pero luego acabó siendo ante todo católica donde los exegetas sufrieron muchas veces un auténtico martirio, que sólo terminó oficialmente en parte con el Vaticano II.
La experiencia cristiana se basa en un Dios vivo, íntimamente presente en el mundo y actuante en la historia. Es Él quién constantemente está convocando y solicitando nuestra colaboración. La crítica bíblica, comprende que del mismo modo que Dios actúa en el mundo a través de las leyes físicas, también lo hace en la revelación a través del psiquismo humano, cambiando con ello la perspectiva. El profeta, con su genialidad" religiosa, cae en la cuenta de lo que Dios mediante su presencia perenne, viva y amorosa está tratando de manifestarnos a todos (no sólo a él, pues a todos nos habita con idéntico amor. De modo que no precisamos aceptarla sólo porque el profeta nos lo dice, sino porque nosotros tenemos la posibilidad de reconocernos en ella o de rechazarla. Es así como la fe se hace asunto estrictamente personal, con toda la gloria y la carga de la libertad. Los creyentes lo son por sí mismos y no por rutina o de memoria.
Respecto de la visión de la sociedad, la lectura fundamentalista de la Escritura y de la tradición se ha visto reforzada por su sistematización en un contexto histórico que mantuvo e incluso reforzó la sacralidad de la autoridad y del orden social. Donde "toda autoridad viene de Dios" (Rm 13,1) era un principio que valía tanto para la autoridad eclesiástica como para la civil, la democracia política pasó a ser algo adquirido; a pesar de las persistentes reservas institucionales, las teologías políticas y de la liberación demostraron la evidente confluencia del mensaje profético y de la experiencia evangélica con todo avance hacia la justicia social. Respecto de la sociedad civil se aceptó la nueva visión democrática, expresando que efectivamente la autoridad viene de Dios, pero a través del pueblo. En cambio, respecto de la eclesiástica se mantuvo una visión directa y literal, sin posible mediación de la comunidad. La "revolución copernicana" que en la eclesiología realizó al Vaticano II con la Lumen Gentium, poniendo a la comunidad como base primaria y fundamental, en la que se inserta como servicio la autoridad, ha abierto la brecha decisiva. Todavía no se han sacado todas las consecuencias, pero resulta evidente que desde ahí aparece claro que también en la Iglesia toda autoridad viene de Dios, pero que el mejor modo de transmitirla y regularla es a través de la comunidad, conforme a las mismas enseñanzas de Jesús respecto a quien quiera ser importante, que sirva a los demás; y quien quiera ser el primero, que sea el más servicial (Mt 20,25-28; cf. Mc 10, 41-45; Lc 22, 25-27).