Semana: 29-Mar-10 al 03-Abr-10

Resumen de los puntos centrales de las guías de lectura

Procesos de Aprendizaje

I Ciclo-Diplomado en Teología

Semana del 29-Marzo-2010 al 02-Abril-2010

Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves

Lectura del curso:

Avendaño Herrera, Francisco (s.f.). Introducción a la Teología (pp. 37-74). UNED.

 

TEMA II

LA FE: “MARCAS” PARA RECONOCERLA

 

            La reflexión teológica se fundamenta en la fe, siendo así un acto personal e irrepetible; por cuanto la fe sólo puede ser testimoniada y no sólo transmitida. La fe nos permite relacionarla con la vida cotidiana y con la ciencia a la vez. Desde nuestra propia vida podemos experimentar a Dios a través de nuestras tareas diarias, por más simples que estas parezcan. Al hablar de fe nos referimos a la relación entre la vida de la comunidad de fe y la vida de los pueblos expresada en su aspecto biológico y cultural. Las comunidades surgen a partir de la fe testimoniada a través de signos.

 

            El cristiano tiene la esperanza en un mundo solidario. Es a través de la fe que el ser humano reconoce que la vida es un don gratuito dado por Dios y este reconocimiento le inspira dar gracias a quien es el dador de la vida y quien a su vez le enseña que el ser humano debe descentralizarse de si mismo y estar atento a lo que acontece a su alrededor y entregarse en solidaridad por amor al prójimo y a la creación.

 

            La fe, como acto único e irrepetible, acontece dentro de un contexto de formas sociales que dan testimonio y se expresan a través de situaciones históricas concretas. En la fe judeocristiana, la realidad existe como espacio humano o biológico donde Dios se hace presente por medio de acciones humanas inspiradas. Dios hace partícipe al ser humano de su obra creadora, para que el mismo ser humano la continúe.

 

            Tener fe es sentir y vivir a Dios, entregarse por completo a Él y a los demás por amor a Él. La persona con fe está convencida que Dios actúa a través de nuestras acciones. Ocuparse de uno mismo y de los demás es algo característico del ser espiritual en cada persona; quien no se ocupa de sí mismo no logra experimentar la vida y quien se ocupa totalmente de sí mismo no logra valorar la vida de los demás.

 

            Conforme a la tradición judeo-cristiana, la necesidad humana de “ocuparse” tiene tres dimensiones. La dimensión reflexiva tiene que ver con la necesidad de todo ser humano de ocuparse del mundo y de los demás con el objetivo de satisfacer necesidades propias; la dimensión transitiva que surge de la urgencia de satisfacer las necesidades de los demás y la dimensión de lo santo que se origina en el momento en que la persona experimenta la presencia de lo divino.

 

            Según la perspectiva de la fe bíblica, especialmente desde la perspectiva profética, Dios se ocupa por el ser humano. Cuando se habla de “la ira de Dios” no se refiere a un Dios caprichoso y vengativo que busca imponerse; más bien, se trata de un Dios que se siente herido por el desprecio y el abuso que los seres humanos hacemos del don de la vida que Él nos ha otorgado. En este sentido, la palabra “ira” no se refiere a alguien que “odia” ni mucho menos que “guarda rencor”; por el contrario, se refiere a un Dios que sufre por el mal comportamiento humano, comportamiento que corrompe y desvirtúa la vida en lugar de contribuir a ella.

 

            En nuestra comprensión de Dios, existen dos tendencias que debemos evitar, a humanización y la anestesiación de Dios. La humanización consiste en pretender manipular y sobornar a Dios como si fuese alguien a quien no le interesase la reciprocidad y la fidelidad, es decir, convertirlo en un objeto útil para nuestros propios fines. La anestesiación de Dios consiste en que el ser humano enfatice tanto la naturaleza diferente de Dios que lo llegamos a considerar como una realidad aislada del ser humano y de nuestra vida; es decir, le quitamos toda posibilidad que Dios mantenga comunión y cercanía con nosotros.

 

            El testimonio bíblico nos muestra a un Dios que está atento a lo que acontece en la vida del ser humano y que se ocupa en especial de quienes sufren las consecuencias del egoísmo del mismo ser humano. En el Antiguo Testamento, la fe consiste en una forma peculiar de existencia, propia del hombre unido a Dios (Weiser); donde la actitud de fe no encuentra una expresión homogénea en su terminología. Israel funda su existencia en la alianza de Yahvé; donde el creyente es miembro de la comunidad constituida por esta alianza; la fe presenta fundamentalmente una estructura colectiva expresada en términos relacionados a mantenerse fiel, reconocer la relación de alianza, seguridad en Dios, esperar confiadamente en Dios, buscar refugio en Él. La fe de Israel se va formando en conexión con la idea de alianza, dependiente a su vez de las teofanías de Yahvé en sentido negativo mediante un juicio y positivo por medio de la promesa; la fe se basa en experiencias históricas. La fe es una respuesta al Dios que actúa en la historia y cuya fe muestra unas características condicionadas por cada situación histórica. La Biblia refleja varias manifestaciones de fe, tales como obediencia y reconocimiento a las exigencias de Dios; confianza en sus promesas, fidelidad a su voluntad; tomar decididamente en serio a Dios y esperar en él.

 

En el Nuevo Testamento, la fe significa la aceptación de verdades escatológicas; la creencia en milagros; a la obediencia a la predicación del Bautista; la fe tiene relación a la palabra de la Escritura, a Moisés y a sus escritos; a las palabras de Jesús; a la providencia y la previsión de Dios. La fe es un acto salvífico; mientras en el Antiguo Testamento la fe se refiere a una relación con un Dios que actúa en la historia, en el Nuevo testamento recibe un contenido específico a través de la aceptación del mensaje de salvación. La obra redentora de Dios ya no se refiere sólo a la historia de un pueblo, sino que es la acción de una única persona en concreto; esta acción constituirá el contenido de la predicación y es el objeto de la fe que salva. No se recalca ya la fidelidad y la perseverancia, sino el cambio que tiene lugar por la conversión; no recae ya el acento en la continuidad del pueblo, sino en la decisión personal del individuo. Al acto de fe se le atribuyen decisivas consecuencias: por su medio es alcanzada la salvación real en la historia, aunque todavía oculta (perdón de los pecados; justificación; vida).

 

            En el Nuevo Testamento, además de la aceptación del mensaje de salvación, se unen los aspectos del Antiguo Testamento propios de una relación viva con Dios; tales como, confianza y esperanza (Heb 11,9-11; 11,13-17; Rom 4,17-20; 1 Pe 1,5-9); obediencia y fidelidad (2 Tim 4,7; 1 Pe 5,9; Ap 2,13; Act 6,7; Rom 1,5; Gál 5,6s; 1 Tim 2,15). La confianza y la esperanza ya no se refieren a intervenciones de Dios como sucedía en el Antiguo Testamento; ahora se refieren a la manifestación de la plenitud de la salvación que tiene lugar en Cristo; la fe precisa de la paciencia (Ap 13,10), de la longanimidad (Heb 6,12), de la espera (Heb 11) y de la prueba (Sant 1,3; 1 Pe 1,7), las cuales se traducen en palabras (2 Cor 4,13) y en obras (Rom 14,23; Sant 2,22).

 

            Solamente después de la resurrección de Cristo se desarrolla la fe en su forma específicamente cristiana como aceptación del primer anuncio de Jesús a los no creyentes (Kerigma). Jesús comienza por exigir no tanto la fe en su persona cuanto la aceptación de su mensaje (Mt 13); su obra ha de ser reconocida como mesiánica (cf. Mt 11, 2-6; Mc 6,6; 8,27ss). Después de la resurrección la fe se centra en la obra que Dios ha realizado en Cristo, y de este modo, Jesús es firmemente confesado como el Kyrios Christus.

 

En Pablo, el concepto de fe adquiere mayor dinamismo. Fe significa llegar a ser creyente (1 Tes 1,8; Rom 10, 14; 1 Cor 2,5; Rom 14,1; 2 Tes 1,10), crecer en la fe (2 Cor 10,15) y la plenitud de la misma (Rom 4,21). Es Dios el que actúa y la fe se dirige en último término a El, renunciando a los ídolos y a otras potencias salvadoras (1 Tes 1,9) e incluye la confesión en Jesús como Hijo de Dios (1 Tes 1,10). El objeto de la fe es la pasión, muerte y resurrección del Señor (1 Cor 15,lss; 1Tes 1,9s; Rom 10,4; Col 2,12; Ef 1,20; Gál 1,1; Rom 4,25, etc.). Fe es abandonarnos a nosotros mismos en la acción salvífica de Dios en Cristo (Rom 5,2.8). La justificación del hombre tiene lugar por medio de la fe en Cristo (Rom 3,22; Gál 2,16).

 

La fe es esperanza en la salvación y en la vida (Rom 6,8; Gál 5,5). Los creyentes son los salvados (1 Cor 1,18; 2 Cor 2,15), pero en esperanza (Rom 8,24s; 4,18). La fe se puede perder; por ello, el temor ha de acompañar siempre a la esperanza (Rom 11,2Oss; Flp 3,13s); pero, porque Dios es fiel, la fe se expresa en la confianza (1 Tes 1,8ss; Gál 3,6; 2 Cor 1,9; Rom 3,25; 4,17-25). Estos dos momentos están contenidos en la fe en cuanto orientada hacia una salvación oculta y futura (cf. Heb 11,1). Para Pablo, la fe, en contraposición a las obras, significa la renuncia radical al valor de las mismas como medio para la salvación (Rom 4,14), y por ello a la jactancia de las obras (Rom 62 3,27; 4,2ss; 1 Cor 1,29; Flp 3,3-10) y a la sabiduría inmanente (1 Cor 1,17-2,16); la justificación tiene lugar por la fe sola, sin las obras de la Ley (Rom 3,28).

 

La misma fe no es una obra, sino el modo de vivir de quien ha sido salvado por Jesús. La fe no constituye un acto aislado, sino que determina toda la vida moral del hombre. Lo que no proviene de la fe, es pecado (Rom 14,23; Gál 2,20; 5,6). Las obras son frutos de la vivencia de esta misma fe, para Santiago no basta una fe teórica, requiere de una respuesta de parte del creyente; no se trata del valor de las obras de la Ley para la salvación, sino de la necesidad de la acción moral que proviene de la fe. Las obras de Cristo tienen carácter de signo y valor de guía para la fe naciente. Para la fe en cuanto conocimiento, la actuación de Cristo es una «obra» que muestra la presencia del Padre en la actuación del Hijo.

 

La vida acontece en comunidades concretas, que poseen rasgos propios. Los signos son las formas humanas de comunicación que permiten a las personas expresar y compartir lo que está en su interior. Aunque la fe tiene una dimensión individual irrepetible, la comunicación y testimonio de la misma solo se puede hacer por medio de signos. El individuo vive en comunidad y en un horizonte de participación: solo es un individuo porque forma parte de un todo. Para que esto sea posible se requiere de signos y medios de comunicación generados colectivamente, quizá más profundamente, se requiere la existencia de comunidades inspiradas llenas de fe que generen signos para comunicar y testimoniar su fe. Hay que diferenciar entre “tener fe” y “ser religioso”; los símbolos religiosos son importantes para expresar la fe, pero estos no son la fe.

 

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Procesos de Aprendizaje

I Ciclo-Diplomado en Teología

Semana del 29-Marzo-2010 al 02-Abril-2010

Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves

Lectura del curso:

Avendaño Herrera, Francisco (s.f.). Introducción a la Teología (pp. 77-142). UNED.

 

TEMA III

LA CIENCIA, LAS EXPRESIONES DE LA FE Y LA TEOLOGÍA

 

         Los seres humanos construimos signos; es decir, gestos y lenguajes, para comunicarnos y estos signos no son propiedad exclusiva de un tipo de conocimiento, nos lleva a comprender la necesidad de precisar el uso que se les da y a comprender la tendencia que tenemos a confundir sus niveles de significación. Los signos de la fe son expresiones de los seres humanos con el propósito de comunicar la realidad desde el punto de vista de cada persona o comunidad.

 

            La fe y el pensamiento científico no se deben considerar como contradictorios entre sí. Son sólo formas diferentes de conocimiento. La fe no es una alternativa a la ignorancia. La meta de la ciencia es el juicio que permite determinar una adaptación de lo real con la representación que nos hacemos de la realidad; para la fe, la meta es el acercamiento a Dios. El fundamento de la feno consiste en la acumulación, análisis e interpretación de datos; tampoco consiste en convencerse de que Dios existe. Desde el punto de vista de una fe verdadera, la disposición a convencerse de algo sin que existan pruebas de alguna índole, no puede valorarse como algo positivo. La fe se basa en una relación del ser humano con lo espiritual, una fe que surge del encuentro con Dios por medio de signos, cuyo poder de significar está determinado por configuraciones sociales.

 

            El conocimiento científico no es la única manera de saber, es una forma de conocimiento de la realidad, un instrumento fundamental de la capacidad que tiene el ser humano de intervenir en forma creativa en el mundo y de realizar sus sueños; tanto la ciencia como la fe son modos de conocimiento. Tratar de determinar la diferencia entre la ciencia y la fe tiene gran imporancia para la teología para que comprendamos que no es posible encontrar respuestas de orden científico en las tradiciones que consignan por escrito la tradición de fe. Lo que Dios pretendía al darnos la Biblia

ha sido únicamente revelarnos aquellas cosas que son necesarias para la salvación eterna. Al pretender explicar las ciencias físicas no debemos basarnos sólo en el argumento de la tradicón, dejando de lado el uso de la razón y del experimento. Por otro lado; tampoco debemos basarnos sólo en el uso de la razón y dejar de lado a las Escrituras o las enseñanzas de los Padres de la Iglesia.

 

            El concepto actual de teología procede de la alta escolástica. Allí significaba la exposición científica de la totalidad de la tradición cristiana, de la sacra doctrina. Su carácter científico y su puesto en medio de las ciencias estaba determinado según el esquema aristotélico: la primera filosofía, la metafísica, culmina en la teología, que constituye la doctrina acerca de Dios, la unidad y la totalidad tanto en la escala del ser como en la de la ciencia. El Dios de la teología cristiana recibe su nombre de la historia y de la tradición bíblico-eclesiástica. La divinidad universal es demostrada con ayuda de las pruebas cosmológicas y de la metafísica aristotélica. Así es como se llegó a conseguir aquella armonía entre teología bíblica y filosófica. Como ciencia que tiene por objeto el ser supremo y los valores trascendentales adquirió la teología cristiana el primer puesto en el mundo de las ciencias.

 

            La unidad entre teología y ciencia se rompió abruptamente en los comienzos de la era moderna. Sin embargo, este rompimiento trajo consigo que se abriera una inmensa cantidad de nuevos horizontes en el mundo de las ciencias. Desde el punto de vista de una fe auténtica, no existe motivo alguno para oponerse a los esfuerzos que hace el ser humano por conocer cada vez más y mejor la realidad que lo rodea.

 

            No se deben excluir los datos acerca del origen del ser humano y el mundo que se pueden extraer del libro bíblico del Génesis, con los datos propios del conocimiento científico; hacerlo es no valorar la tradición religiosa además de distorsionar su significado. El signo de fe, cuya capacidad significativa está determinada por el contexto en que significa, apunta hacia una realidad que abarca más allá de los límites del contexto de significación. La fe no se queda en el signo, expresa más allá de él.

 

            La fe es una relación vivencial. Es primordial distinguir entre la fe y sus expresiones. También hay que tener presente que son realidades vinculadas entre sí de tal forma que la una no puede existir sin la otra. Los signos de la fe, las formas con que se expresa, se diferencian a su vez de la fe. La confesión y los símbolos de la fe son producto de un esfuerzo humano por medio del cual quienes toman conciencia de la presencia del Misterio tratan de comunicar su experiencia.

 

            Los signos de la fe son "símbolos"; son signos muy especiales,por medio de los que los seres humanos tratan de dar a conocer algo que solo por medio de signos puede hacerse presente histórica y socialmente. Lo que se da a conocer no es lo ausente, sino lo que se experimenta profundamente presente pero que transciende lo objetivo.

 

            Las acciones humanas, los gestos y las palabras significan, es decir, comunican un sentido solo en un campo de significación compartido socialmente; por ejemplo el idioma español es un lenguaje , un conjunto de signos que significan dentro de la dinámica propia de las culturas de habla hispana.

 

            La tendencia humana, sin embargo, es a interpretar los signos como términos cerrados, definidos, manipulables; se tiende a darles significación de acuerdo a su valor de uso. En el ámbito de la fe, se puede pretender darle a las expresiones o signos de la fe una autoridad divina, olvidando que esos signos son humanos, no están dotados de atributos divinos. Esos signos son producción humana y con respecto a la experiencia que comunican solo pueden tener un carácter alusivo, evocativo y metafórico. La experiencia de la fe y la adhesión a Dios, tienden, por su propia naturaleza, a traducirse en confesión, es decir en Credo o en símbolos de fe.

 

Los medios que utilizamos para comunicar o trasmitir la experiencia de Dios, forman parte tanto del ámbito religioso como del ámbito científico, esto trae consigo ciertos conflictos; no tanto en el reconocimiento de la naturaleza propia de cada forma de conciencia; sino en la forma de usar y comprender los medios de comunicación que empleamos para expresar esta vivencia. Es decir, el problema propio de la articulación entre fe y razón se ubica en el campo de la expresión de la fe.

 

Los científicos utilizan los signos (símbolos, lenguajes, etc.) como medios para conocer la realidad y los creyentes utilizan estos mismos signos para tratar de comunicar lo que ha acontecido y qué, en la realidad objetiva, se atisba como el fundamento último y profundo de todo lo real. La significación que surge del signo, surge no porque se le analice o interprete, sino porque el signo es parte de una dinámica social en que actúan principios estructurados y estructurantes.

 

La "palabra de la fe", no es divina, es signo por medio del cual los seres humanos dan testimonio de su experiencia de Dios en un campo específico de significación. La simbolización de la fe es ante todo una práctica social específica que se ubica en el terreno de lo histórico y de la construcción humana.

 

El origen de la palabra “teología”, como palabra y como concepto, pertenecía al pensamiento griego, y sólo tardíamente, fue admitida en el ámbito cristiano, en sus explicaciones y formulaciones. El concepto de teología se encuentra en el pensamiento griego por primera vez en Platón (Pol. II, 379ª), quien lo aplica a los mitos, leyendas e historias de los dioses a la luz de la crítica de la filosofía, esmitologizados e interpretados en un sentido de educación política y purificados de toda indecencia. Por tanto, la teología representa el camino del mito al logos que se inicia con Heráclito y Anaximandro y termina con Platón.

 

Para Aristóteles, la teología es el estudio de Dios (de los filósofos) y de la divinidad como posibilidad filosófica. Con esa intención se aplican a la esfera de lo religioso los nombres de “teología” y “teólogos”: teólogos son los que hablan acerca de los dioses; teología es el discurso religiosos acerca de los dioses, y especialmente la invocación de Dios que se realiza en el culto (Ebeling: RGG VI, 755).

 

A partir de estos supuestos se llegó a la diferenciación de tres clases de teología: la teología mística de las leyendas y las sagas sobre los dioses; la teología “física” de los filósofos que se ocupa de la “natura eorum”, de la “fysis” de su verdadera esencia; y la teología política de los legisladores y del culto público estatal. (M. Varrón (116-27 a.C., Antiquitates rerum humanarum et divinarum).

 

Esto condujo a que la palabra y el concepto de teología no sólo encontrasen calificaciones negativas, sobre todo entre los apologetas, sino que fuesen adoptados día con día por el cristianismo, de modo que sirviesen para designar la “ciencia de Dios”. Este cambio fue preparado por Justino, pero sobre todo por los alejandrinos Clemente y Orígenes, quienes supieron no juzgar sólo negativamente los mitos y los filosofemas griegos, sino que reconocieron en ellos huellas del verdadero Logos y consideraron la revelación de Jesucristo como su cumplimiento más perfecto. La aceptación decisiva y la positiva apropiación de la palabra “teología” por el cristianismo tuvo lugar en los siglos IV y V y el término “teología” se empleo concretamente para significar el verdadero conocimiento de Dios, especialmente con las afirmaciones trinitarias y cristológicas.

 

La teología natural de los filósofos, según la cual Dios puede ser conocido como fundamento y fin a partir de la reflexión sobre el mundo y el hombre aparece diferenciada de la teología que se refiere a la sacra doctrina, en la cual Dios sigue siendo el sujeto de todas las afirmaciones, también las que se refieren al mundo y al hombre; ya que en la sacra doctrina, se parte de la manifestación sobrenatural de Dios en su revelación, de la cual da testimonio la Sagrada Escritura. La teología es un discurso que tiene su principio o fundamento en la fe.

 

El discurso teológico se diferencia de otros discursos de la fe en su manera de ser producido o construido. Inspirada en la fe, la teología procede de acuerdo con las exigencias propias del conocimiento científico. Al ser humano con fe que pretende ser teólogo se le exige la adquisición de disposiciones, hábitos y destrezas propias del ámbito de las ciencias. La ciencia trata de conocer un objeto desconocido introduciéndolo en el ámbito de lo conocido: un conjunto determinado de conocimientos agrupados en áreas o ámbitos del saber adquiridos por el ser humano a través de años de esfuerzo y acumulación. En la teología se encuentra la referencia que esta tiene a una experiencia espiritual fundante en el reconocimiento de la presencia de Dios en la vida. Este reconocimiento puede acontecer, aunque no siempre es así, por medio de los signos que dan testimonio de experiencias espirituales tanto presentes como pasadas. Estos testimonios o signos solo son un medio para poner atención, la experiencia misma solo acontece en el silencio, la realidad de Dios no es objeto. En el fondo, el objeto de la teología son los testimonios (signos) de las vivencias espirituales de los seres humanos, en sus dimensiones comunitarias y personales. Estos testimonios, que en cuanto signos son objetivos, son parte del acerbo cultural de la humanidad y medio importante para el conocimiento y práctica del ser humano.

 

La característica de la teología y que le da su rango propio, es el conocimiento que emana de los signos o expresiones de la fe: conjunto de símbolos que constituyen lo que denominamos tradiciones religiosas. Pero el conocimiento teológico, no lo constituyen las expresiones de la fe sin más. Como esas expresiones, que refieren a la fe, son expresiones humanas que en cuanto tales pueden ser consideradas con instrumentos propios de la ciencia, la teología procede precisamente, sometiendo los signos de la fe al proceso propio del conocimiento científico.

 

La tarea de la teología es mantener viva y operante la experiencia de la revelación y debe ser plural en su forma y mostrar esta multiconfiguración en forma de escuelas teológicas. La teología ha de partir objetivamente de la fe y del conocimiento de fe que la Iglesia presente tiene en cada uno de sus momentos. La teología, en cuanto scientia fidei, es también forzosa y esencialmente una teología eclesial, una función al servicio de la Iglesia que se ejerce en su nombre y por su encargo. Pero al mismo tiempo, la reflexión científica sobre la fe y la revelación redunda a favor de la Iglesia creyente al iluminar , fundamentar y aclarar su comprensión de la fe, de modo que la función de la teología en su relación con la Iglesia es a la vez un dar y un recibir. La teología tiene una función crítica, no en contra del magisterio que compone la fe, pero si en lo que toca a la recta comprensión de la fe y de su espíritu dentro de la vida concreta de la Iglesia. La misión de la teología no radica en determinar cuál es la fe de la Iglesia creyente y docente, sino en fundamentar a partir de sus orígenes esa fe y su contenido, demostrar su autenticidad a lo largo de la historia, en su desarrollo y presencia iluminarla en su verdadero sentido teológico y hacerla comprensible a los hombres, descubrir su sentido y hacerlo presente dentro del conjunto de la revelación. Por tal motivo, la teología no puede ser una ciencia esencialmente sobrenatural y extratemporal, pero tampoco un mero agregado de hechos históricos.

 

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