Semana: 03-May-10 al 08-May-10

Resumen de los puntos centrales de las guías de lectura

Procesos de Aprendizaje

I Ciclo-Diplomado en Teología

Semana del 03 de mayo de 2010 al 07 de mayo de 2010

Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves

Lectura del curso:

Avendaño Herrera, Francisco (s.f.). Mito y símbolo (pp. 62-100).

 

EL MITO

 

Actualmente la palabra mito se usa a menudo para describir algo que no es verdadero. Se posee un concepto de mito como si este sólo fuera una simple explicación pre-científica, incompleta y primitiva; como si fuera una degeneración popular en forma de relato de un hecho que realmente aconteció. Este término posee en las sociedades modernas connotaciones de mentira, engaño, pensamiento arcaico. El mito, por el contrario, es un acontecimiento que en cierto sentido sucedió una vez, pero que también sucede en todos los tiempos. Los seres humanos somos creadores de mitos; a través de la mitología se da estructura y significado a la vida. Sin embargo, la modernización hizo que la vida progresara y que la percepción de la vida lograra que la mitología fuese desacreditada cada vez más.

 

De manera contraria al mito, el “logos” (la razón) corresponde a lo fáctico; es esencialmente práctico; es el tipo de pensamiento que usamos cuando queremos hacer cosas; siempre trata de lograr un mayor control sobre el medio ambiente y descubrir algo nuevo. El nuevo héroe o modelo de ser humano es el inventor o el científico, que se interna en campos hasta ahora desconocidos y no cartografiados por el bien de la sociedad. Este tenía que descartar lo que antes se consideraba sagrado, pero paradójicamente, y sin tener conciencia de ello, estaba generando un nuevo mito y una nueva concepción de lo sagrado.

 

El proceso que llevó al alejamiento entre logos y mito que coincide con la colonización de las Américas. En el siglo XVI, este alejamiento se manifestó en los reformadores que quisieron hacer que las formas religiosas en Europa fueran más fluidas, eficientes y modernas. Martín Lutero (1483-1546), Ulrich Zwingli (1484-1531) y Juan Calvino (1509-64) mostraron un total sentido de abandono frente a las pruebas propias de la existencia humana, sentimiento que los impulsó a buscar soluciones. Su reforma es un testimonio de cuán profundamente antagónico era el espíritu moderno que estaba en aumento con respecto a la conciencia mítica. En la religión pre-moderna, la semejanza era experimentada como identidad, de tal manera que la realidad simbolizante era considerada como unida a la realidad que representaba o hacía presente. Ahora bien, de acuerdo con los reformadores, un rito como el de la Eucaristía, era sólo un símbolo, algo esencialmente separado; al igual que cualquier rito pre-moderno, la misa reeditaba la muerte sacrificial de Cristo, que por ser mítica tenía un carácter trans-temporal, lo que permitía que fuese una realidad presente. Para los reformadores en cambio, este era simplemente un memorial o recuerdo de un acontecimiento pasado. Se dio un nuevo énfasis a la Sagrada Escritura; no obstante, la invención de la imprenta, que trajo consigo la ampliación de la alfabetización, cambió la percepción de la gente con respecto al texto sagrado. La lectura silenciosa y solitaria fue reemplazando la recitación litúrgica. La Biblia ahora podía ser conocida con mayores detalles y los lectores podían formar su propia opinión, pero como ahora ya no se leía exclusivamente en un contexto ritual, era más fácil aproximarse a ella en forma secular para recabar información.

 

Muchos de los nuevos descubrimientos abrieron las puertas a nuevos interrogantes. La nueva astronomía dio paso al cuestionamiento de la visión tradicional del cosmos. El mito mostraba que se vivía en un planeta estático en el Universo, pero con la astronomía se descubrió que sólo ocupábamos un lugar periférico en un planeta que giraba alrededor de una estrella, y que todo el Universo estaba en constante movimiento. Tal descubrimiento mostraba que ya no se podía siquiera confiar en nuestras propias percepciones, aquellas que nos mostraban en un planeta estático. Aunque se anima a que formemos nuestras propias opiniones, la realidad es que cada vez se depende más de los expertos modernos, únicos capaces de descifrar la naturaleza de las cosas.

 

Francisco Bacon (1561-1626) hizo una declaración de independencia para emancipar la ciencia de las trabas del mito. Todos los mitos de la religión serían sometidos a un profundo análisis y, si contradecían los hechos comprobados, deberían ser rechazados. Sólo el logos era el camino hacia la verdad. El primer científico que absorbió esta tendencia empírica en su totalidad fue Isaac Newton (1642-1727). Él sintetizó los descubrimientos de sus predecesores por medio del uso riguroso de las disciplinas científicas de la experimentación y la deducción. Esta inmersión total en el logos le impidió a Newton apreciar otras formas de aproximación a la realidad: para él, la mitología y la mística eran formas primitivas de pensamiento; se sintió llamado a purgar al cristianismo de doctrinas tales como la de la Trinidad, que contravenían las leyes de la lógica. Los cosmólogos actuales ya no se imaginan a Dios de la misma forma que Newton, pero muchos comparten su opción por el logos y su dificultad para convivir con el mito, aún en asuntos religiosos. Al igual que Newton, los cosmólogos piensan que debe ser una realidad objetiva y demostrable.

 

Juan Locke (1632-1704) tomó conciencia de la imposibilidad de probar la existencia de lo sagrado, pero no dudaba de la existencia de Dios y de que la humanidad estaba en vísperas de una era más positiva. Los filósofos alemanes y franceses vieron las viejas religiones místicas y míticas como fuera de moda. Lo mismo pensaron los teólogos británicos como Juan Toland (1670-1722) y Mateo Tindal (1655-1733). Se comenzó a pensar que solo el logos o la razón podían conducir a la verdad y que el cristianismo debía desechar lo misterioso y lo mítico. Se comenzó a interpretar los viejos mitos como si fueran cosas accesibles a la razón.

 

En el siglo diecinueve, se comenzó a pensar, en Europa, que la religión era más bien dañina. Ludwig Feuerbach (1804-72) argumentaba que esta enajenaba a los humanos de su humanidad; por su parte, Carlos Marx vio la religión como un síntoma de una sociedad enferma (drogada). Y, ciertamente, la religión mitológica de ese periodo pudo haber causado un conflicto poco saludable. Se trataba de una era científica, en que los humanos habían formado hábitos o destrezas de acuerdo con las exigencias de una sociedad industrializada.

 

El propósito del libro El origen de las especies (1858), de Carlos Darwin (1809-82), no era atacar a la religión, sino exponer, en forma exploratoria, una hipótesis científica. Sin embargo, en esa época se estaban leyendo las cosmogonías del Génesis como si fuesen hechos históricos. Al darse esta nueva teoría muchos cristianos sintieron que su fe peligraba ante los descubrimientos y nuevas teorías sugeridas; aún todavía existen cristianos que se sienten amenazados frente a los nuevos descubrimientos científicos.

 

La Alta Crítica trata de aplicar la moderna metodología científica a la Biblia misma, demostrando que es imposible leer la Biblia en forma literal.   A modo de ejemplo, se puede nombrar que el Pentateuco no fue escrito personalmente por Moisés, por cuanto fue escrito más tardío y por muchos autores; y que el Rey David no compuso los Salmos.   Las historias bíblicas son “mitos”, y para muchos esto significa que no son verdaderas; para los fundamentalistas cristianos en cambio, la Alta Crítica es aún punto de discordia, por cuanto afirman que cada palabra de la Biblia es literalmente científica e históricamente verdadera.

 

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El sentido de lo sagrado recobra vida a través del mito, el culto, el ritual y de la vivencia ética; sin estos el sentido de lo sagrado muere. Al convertir a la divinidad en una simple noción, al tratar el mito con criterios racionales, los seres humanos se alejan de la experiencia de lo divino. Los mitos son historias o cuentos, tienen que ver con la cosmovisión propia de los pueblos. El mito es parte de la construcción simbólica de la humanidad y su estudio debe hacerse desde este ámbito. El mito es un conjunto de símbolos o formas; es decir, no consiste en un mero agregado, sino en un conjunto de símbolos producido por el ser humano. El mito tiene el rasgo especial de ser generador de humanidad y, por tal razón, tiene que ver con nuestra capacidad de simbolizar y con nuestra capacidad de dar forma a la vida y de ser creativos.

 

Los mitos son productos de las sociedades y culturas para satisfacer su necesidad de vincular sus formas de pensamiento y acción con sus sistemas sociales, económicos y políticos. Es imposible que un pueblo o una comunidad existan sin su mitología. El conocimiento mitológico no es un simple producto de la sociedad; es una de las condiciones de la conciencia social, uno de los factores más importantes del sentimiento y de la vida en comunidad. El mito es una forma de expresar la convicción del ser humano de que el mundo y los poderes que tienen influencia sobre él, no están abandonados a la pura arbitrariedad.

 

El mito no se refiere al momento cronológico de un acontecimiento, sino a la revelación constitutiva de sus significaciones. Tampoco se puede afirmar que el mito y la religión sean lo mismo; el mito puede ser separado de la religión, sin embargo, no hay religión sin mito; la relación del ser humano con realidades que van más allá de lo que se logra percibir fácilmente con los sentidos, por ejemplo con la divinidad, sólo es posible a través de los mitos.

 

El conocimiento científico supone que todo, aun lo desconocido, se puede llegar a conocer de modo que todo puede ser incluido en un ámbito de conocimiento. El relato visionario tiene en cuenta no sólo la semejanza, además ve su objeto desde un modo de comprensión que enfatiza lo diferente, lo particular, lo irrepetible y lo finito. Por ejemplo, en el relato del nacimiento de Jesús de una virgen, lo central no es lo biológico ni lo anatómico, sino que quien ha nacido es un ser humano extraordinario, fuera de lo común, un ser irrepetible y que no desciende de un tronco compartido, sino que es especial y virginal.

 

El lenguaje mítico se aplica a aquellas cuestiones a las que la ciencia no puede contestar. Es un metalenguaje donde se encuentran los factores semánticos, los cuales apuntan a una orientación del sujeto que se conoce como “comprensión” y conforman el campo del “uso” más que del intercambio; tienen una imbricación hacia la síntesis más que hacia el análisis; estos factores no enfatizan la comunicación de un sentido a otro sujeto, el uso de la significación no requiere que se posea una similitud formal con el portador de significación. Ejemplo de un factor semántico, es el uso del término “Hijo de Dios”; el significado de este término sólo se puede captar en el horizonte de comprensión propio de las personas que lo utilizan; es decir, la pregnancia de significado de ese término cambia de acuerdo con las culturas.

 

El poder de analizar e interpretar es sólo una expresión del poder infinito del ser humano de crear y transformar la realidad y a sí mismo. Cualquier palabra, oral o escrita, es trascripción o traducción de la realidad que le da origen. Una vez que la experiencia se codifica en palabras, estas adquieren “vida propia”. Ninguna palabra pasa de la boca de una persona a quien escucha sin cambiar de significado; la persona que escucha siempre interpreta ese mensaje internamente, y en el proceso el mensaje se somete a las cualidades y limitaciones de la historia de otras personas, su experiencia, conocimiento, información, gustos y disgustos, vocabulario. Palabras idénticas no se pasan, con un significado idéntico, a dos personas diferentes, aun dentro de un mismo grupo. Cuando las palabras se trasmiten a un grupo de afuera, fuera del significado compartido por una historia común, los cambios de significado son aún más grandes y profundos. Ejemplo de ello es la palabra Dios; su percepción varía de cultura en cultura; en el Antiguo Egipto esta palabra se le relacionaba con el Sol y el río Nilo; en otros pueblos se identificaba a Dios con los picos montañosos; otros pueblos percibían a Dios en el ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento de la naturaleza; entre otros ejemplos. Cada nación tenía una palabra para “Dios”; cuando esa palabra era traducida de una tribu a la palabra para “Dios” de otra, no se puede suponer que el mismo significado fuese trasmitido.

 

Las palabras son sólo el medio de comunicación de la verdad por medio del cual una persona trata de trasmitir a otros la experiencia que la ha definido y dado sentido; las palabras se convierten en vehículos por medio de las cuales se comparten experiencias; las palabras señalan la realidad, pero no encierran o capturan la realidad. De tal manera, ninguna palabra empleada por personas en tiempos determinados puede ser objetiva, infalible, inerrante o tomada estrictamente a la letra; comprenderla en tales términos significa destruir, distorsionar, amarrar y violar el contenido de las experiencias que esta trata de comunicar.

 

Todo sistema religioso históricamente construye y mantiene su autoridad sobre la afirmación de que su tradición es diferente y, de algún modo, proferida por un Dios percibido como eterno e inmutable. Sus componentes incluyen, primero, la afirmación de que el Dios reconocido en una tradición religiosa particular es el único Dios verdadero, y que, consiguientemente, todos los otros dioses son falsos. Luego, afirma que este verdadero Dios se ha manifestado en forma directa a una comunidad particular por medio de la revelación y que su verdad es incuestionable. Finalmente, como dicha tradición religiosa proclama que ha recibido la divina revelación en forma exclusiva, y que sus líderes son los intérpretes primordiales de Dios, solo a ella compete trasmitir a otros la verdad que ha recibido.

 

El midrash es un método particular utilizado en la Sagrada Escritura judeocristiana para acercarse al mito. Debido a que es un método particular no es aplicable a otras tradiciones míticas. El midrash es a la vez una colección de interpretaciones de la Sagrada Escritura y un método para su expansión continuada. Supone que la lectura y el lector participan de unidad fundamental, y se nutren mutuamente.

 

Se expresa en tres formas: Halakah, Haggadah y Pesiqta. Halakah es la interpretación de la ley –la Tora. Haggadah es la interpretación de una narración o de un evento que se relaciona con otra narración o evento en la historia sagrada. Pesiqta es todo un sermón o exhortación escrita en forma midráshida con el fin de abarcar temas del pasado y de que se perciban como relevantes para el presente; los sermones de Pedro y de Pablo en el libro de los Hechos, como también el largo discurso de Esteban, son ejemplos de Pesiqta en el Nuevo Testamento.

 

En el proceso de compilación de la Biblia, el midrash ocurrió una y otra vez a través de los siglos. La autoridad para que una realidad presente fuese introducida en la narración sagrada se adquiría por medio de la adopción de la tradición midráshida. A modo de ejemplo, para ilustrar esta afirmación, se pueden indicar estos tres momentos:

 

  • El poder de Dios que se manifestaba por medio de Moisés, se veía presente en la separación de las aguas que le permitieron al pueblo caminar hacia la tierra prometida más allá del Mar Rojo. Pero Moisés murió y el pueblo de Dios necesitaba revalidar al sucesor de Moisés, Josué. Esta revalidación la hicieron retomando la separación de las aguas en la saga de Josué. Esta vez son las aguas del río Jordán, y no las del mar Rojo, pero la afirmación de la separación de las aguas está ahí.

 

  • La tradición de la separación de las aguas continuó cuando se narra que también Elías había separado las aguas del río Jordán cuando ejerció su autoridad como líder del pueblo de Dios (2 Reyes 2,7 y 8). Muerto Elías, la historia se repite en el ciclo de historias acerca de Eliseo (2 Reyes 2,14). La separación de las aguas le recordaba al pueblo judío que la historia de Israel tenía continuidad.

 

  • Por medio de esta tradición midráshida se procuró narrarnos la historia de Jesús, que según sus seguidores había cumplido y ampliado los símbolos de la tradición judía. Los escritores del Evangelio, nos dicen que Jesús comenzó su vida pública metiéndose en las aguas del río Jordán y separando, esta vez no las aguas sino los cielos mismos, de manera que el Espíritu de Dios, que se vinculaba con el cielo y el agua según la mitología judía (Gén. 1,7) y la de los evangelios (Jn 7,39), descendiese, se posara sobre Jesús y lo validara como manifestación divina en la historia del pueblo de Dios.

 

Al encontrarnos ante la tradición midráshida, como a toda tradición mítica, no se debe plantear la pregunta si ¿sucedió realmente?; hacerlo así se caería en el error de formular preguntas equivocadas a una tradición que usa el midrash para narrar una historia. La pregunta que se debe plantear al estar frente a la tradición midráshida es ¿cuál fue la experiencia que condujo y, aún más, forzó a los compiladores de la Sagrada Escritura a incluir momentos, vidas y eventos determinados en el marco interpretativo de su historia sagrada?

 

El intento de una consideración sintética del mito parte del postulado de que el verdadero fenómeno y lo que se debe aprehender en él no es su contenido representativo en cuanto tal, sino su significado para la conciencia humana y la influencia que ejerce sobre esa conciencia. El problema fundamental no se refiere al contenido material del mito, sino a la intensidad con que se cree en él.

 

Los mitos son conjuntos simbólicos en forma de historias o cuentos que tienen que ver con el fundamento de las comunidades que los producen y con la cosmovisión propia de los pueblos.

 

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Procesos de Aprendizaje

I Ciclo-Diplomado en Teología

Semana del 03 de mayo de 2010 al 07 de mayo de 2010

Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves

Lectura del curso:

Valverde, Juan Carlos (s.f.). Introducción a la Biblia. Tomo I Antiguo Testamento (Fragmento). Heredia, Costa Rica: Universidad Nacional, Facultad de Filosofía y Letras, Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión.

 

9. Biblia, símbolo, mito y metáfora

 

El vocablo castellano “mito” viene del griego μυθός (mythos) que quiere decir “palabra con actos”, “historia o discurso”. Sin entrar en detalles se puede decir que un mito es una explicación. Como no existe una única explicación de las cosas, los mitos no transmiten un único mensaje, claro y coherente. Los mitos son narraciones simbólicas que ofrecen una explicación sobre algo que plantea una interrogante o problema a un determinado grupo de personas. Los protagonistas de estos relatos son dioses, héroes o personajes extraordinarios y cumplen como función primordial respaldar las creencias populares fundamentales de una sociedad.

 

Existen diferentes tipos de mitos como los que intentan explicar la creación del mundo (mitos cosmogónicos), los que quieren explicar el origen de los seres y de las cosas y que intentan dar una explicación a las peculiaridades del presente (mitos etiológicos), los mitos que relatan el origen y la historia de los dioses (mitos teogónicos) o los que intentan explicar el futuro, el fin del mundo y que actualmente, en nuestras sociedades, aún tienen amplia audiencia (mitos escatológicos), entre otros.

 

La Biblia no está exenta de mitos, por el contrario, en ella encontramos decenas, cientos de mitos que expresan cómo comprendían los habitantes de esas regiones el mundo y su presencia en él. En la creación del mundo en siete días, se distinguen dos mitos diferentes, recopilados en la Biblia en el libro del Génesis. El primer relato se ubica en Génesis 1, 1- 2 y el segundo viene inmediatamente después en Génesis 2, 4-25.

 

En relatos de otras religiones sobre el origen del universo y la creación del ser humano descubrimos, al igual que en las narraciones bíblicas, cómo los elementos propios de la cultura del autor han quedado plasmados en el texto. Si en los textos bíblicos el ser humano fue creado tanto por la palabra de Dios como del polvo y que en los relatos abundan los elementos propios del lugar; de igual forma en el relato de los mayas descritos en el Popol Vuh también encontramos animales, plantas y alimentos propios de hombres y mujeres del continente americano.

 

En muchas civilizaciones del mundo entero se haya narraciones sobre un castigo divino por la perversión del ser humano. Este castigo consistía en la eliminación de la maldad mediante un diluvio o inundación. El relato bíblico del diluvio en el que el personaje principal, Noé, se salva junto a su familia de la exterminación del ser humano de la faz de la tierra por la maldad imperante en su época. El relato de la Biblia es similar al narrado en la tablilla XI del llamado Poema de Gilgamesh; puesto que éste último es cronológicamente anterior. Otros textos alusivos son los relatos griegos donde también se narra como Zeus intentó acabar con la humanidad con una inundación, sin embargo, Prometeo advirtió a Deucalión y a Pirra.

 

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