EL PROFETA Y LA PALABRA DE DIOS
Torres (1994) nos muestra que Dios se nos manifiesta desde la misma creación. Todo lo creado nos habla de la existencia, del poder y del amor de Dios; como una huella de su presencia. En el mundo natural Dios se manifiesta a través de las leyes físicas que dan testimonio de su presencia, por medio de su creación; en el mundo humano se manifiesta a través del deseo y de la búsqueda de la libertad, en las llamadas al bien y a la justicia. De este modo nos permite cumplir naturalmente con aquello que nos manda para que así tratemos de vivir según nos dicte nuestra conciencia. Es debido a nuestras limitaciones, que Dios debe luchar con nuestra ignorancia, nuestros malentendidos, nuestros rechazos a su llamada, para ir mostrándonos la razón misma de nuestro propio ser y de nuestro destino.
Dios está constantemente luchando por hacernos comprender su voluntad acerca de nuestra salvación y lograr con ello que Él se nos manifieste plenamente. Desde el comienzo de la humanidad Dios toma la iniciativa para darse a conocer valiéndose por todos los medios en cuanto las circunstancias y las posibilidades culturales lo permiten. Estas aparentes limitaciones no son productos de un poder limitado por parte de Dios, sino que Él mismo respeta nuestra libertad como criaturas y desea que dicho encuentro sea libre y motivado como una respuesta de nuestra parte por el mismo amor de acercarnos a Él así como Él desea acercarse a nosotros. Porque Dios ama a su creación desea que todos nos salvemos y que le conozcamos como respuesta amorosa a su llamada.
En este sentido, todas las religiones reflejan el resultado de esa presencia de Dios, de su encuentro amoroso con la humanidad y de esa búsqueda del ser humano con lo divino, aunque de manera provisional y limitada, a través de deformaciones, abusos o perversiones por nuestra parte.
Uno de los mayores avances de la teología actual consiste en comprender que, además de ser verdad que Dios está presente en el mundo externo y en la intimidad humana, Dios también tiene su santuario en la acción histórica en favor del hombre, sobre todo del pobre y la víctima de todo género, y que en esa acción el dinamismo divino tiene el lugar de su brillo más auténtico, convincente e infalsificable. Los sufrimientos y las necesidades del prójimo, están despertando la conciencia cristiana, generando para la fe nuevas formas de comprensión teórica y de vivencia espiritual. Los profetas siempre han encontrado en la justicia para con los pobres y en la defensa de los marginados y los oprimidos, el criterio decisivo para guardar, restablecer y profundizar la pureza de la Alianza. Jesús mismo ha sido quien ha puesto en el centro absoluto de su interés en las relaciones de servicio y de amor al prójimo.
La fe implica confianza y entrega, la Biblia es el reflejo del esfuerzo de Dios que sale en busca del ser humano, llamándolo constantemente con amor incansable. Araya (1995) también señala que la historia de la salvación, a través de los tiempos, es también la historia del amor de Dios, un amor sin límites. La Biblia fue escrita por hombres determinados, en fragmentos, de modo ocasional y en varios casos en medio de polémicas. Estos hombres recibieron comunicaciones o revelaciones de formas distintas; por medio de visiones, sueños, a través de seres espirituales, signos y acontecimientos, inspiraciones o mensajes directos por locución oral o locución interior. Todo ello sucedió en un período largo, alrededor de dieciséis siglos en el caso del Antiguo Testamento; tomando en cuenta el largo tiempo de tradición oral antes de poner estas vivencias y revelaciones por escrito. En el Nuevo Testamento, en cambio, se escribió a lo largo de un siglo con su respectivo período de tradición oral.
En el Antiguo Testamento se lee “oráculo de Yahveh”, lo que significa “Palabra de Dios” y esta expresión la utilizaron con frecuencia los profetas. La Biblia es “Palabra de Dios”, en cuanto en ella se exprese lo que Él quiere manifestarnos. Lo es en y a través de las palabras humanas en que toma cuerpo, las cuales llevan la marca de su tiempo y lugar. Dios, al hablar, emplea la manera humana de hablar. El escritor sagrado se expresa a su manera, en la forma en que lo entendió. De este modo influyen en el texto su ambiente, costumbres, lenguaje y conocimientos. Las Sagradas Escrituras no fueron literalmente dictadas por Dios, han sido inspiradas por el Espíritu Santo a través de determinados hombres y éstos a su vez se expresaron a su manera; motivo por el cual se pueden encontrar errores gramaticales o literarios, según la pobreza del lenguaje de los diferentes escritores, o bien, como producto de las múltiples traducciones.
En el Nuevo Testamento, Dios nos habla por medio de su propio Hijo, Jesucristo, quién es la máxima revelación de Dios para con la humanidad. En la Antigua Alianza la revelación es un hecho histórico perceptible, a través de muchas personas y a través de los Profetas, cuyas palabras se han conservado de un modo directo o mediante una tradición sólida.
La revelación en la Antigua Alianza se desarrolla durante quince o veinte siglos de diversas maneras, y llega a su plenitud en Cristo, el Verbo hecho carne; el cual completa la revelación de Dios a través de sus gestos, palabras, obras, señales, milagros, enseñanzas, su mensaje de salvación y, en especial, reconcilia a la humanidad con Dios por medio de su muerte y resurrección; finalmente es a través de Jesucristo que descubrimos al Padre y se nos envía el Espíritu Santo quien viene a nuestro auxilio para santificarnos, recordarnos todo cuanto el maestro nos enseñó y confirmar que Dios vive con nosotros para liberarnos del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna. Como lo indica el Vaticano II, la economía cristiana, como alianza nueva y definitiva no cesará y no hay que esperar ya ninguna otra revelación, por cuanto Cristo ha completado ya la revelación pública.
Como lo atestigua la Iglesia y lo indica también Pacheco (1994), la revelación privada y la comunicación de Dios con su pueblo no han cesado. La revelación privada no sustituye ni añade nuevas verdades teológicas, no están para completar o mejorar la revelación de Cristo; por el contrario, hacen presentes las verdades ya reveladas por Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, ayudándonos a recordar y a vivir la fe más plenamente en cada época de la historia y ayudarnos también a enfrentar los acontecimientos de nuestro diario vivir o en beneficio de nuestro prójimo. La revelación privada debe estar acorde con la revelación pública y no puede apartarse de las verdades ya transmitidas; por que de así hacerlo, no proviene de Dios, en quién no hay contradicción ni confusión; sino que provendría del enemigo, de nuestra propia mente o de la vanidad de la persona que propone una revelación contraria a la ya hecha o en contra de la verdadera voluntad de Dios. El Espíritu Santo es el Maestro de oración y comunicación con Dios; es quien vive con la Iglesia. Dios sigue hablando de diversas formas a su pueblo y a la humanidad, tal como lo ha hecho a lo largo de toda la historia y como se atestigua en la transmisión de la revelación divina.
Referencias Bibliográficas
Araya Borge, Trino (1995). Introducción a las sagradas escrituras (2da ed). San José, Costa Rica.
Concilio Vaticano II (1965). Constitución dogmática sobre la divina revelación “Dei Verbum” (Capítulo I a III, pp.81-88).
Pacheco, Luis (1994). Dios habla con su pueblo. San José, Costa Rica: Imprenta Palmares.
Teodoro de Balle (1995) ¿Qué significa afirmar que Dios habla? En, “Selecciones de Teología” 134 (1995) 102-108, de la publicación original de Andrés Torres Queiruga (1994). Hacia un concepto actual de revelación. Sal Térrea 82.
Torres Queiruga, Andrés (s.f.). ¿Dónde está Dios? La pregunta en el mundo actual.