Guía de Lectura

Resumen de los puntos centrales de las guías de lectura

II Ciclo-Diplomado en Teología

Estudiante: William Mauricio de Jesús Calderón Chaves

Lectura del curso:

Avendaño (s.f.). Historia de la teología (Capítulo II).

 

 

            Avendaño (s.f.) señala que una vez que la gran persecución en contra de los seguidores de Jesús había terminado en el Imperio Romano, las iglesias cristianas dejaron de ser pequeñas y extrañas comunidades, con la libertad que gozaban eran ya capaces de controlar el comportamiento de sus miembros. Conforme a la tradición romana de dar donaciones a los cultos considerados útiles para el Imperio, Constantino se convirtió en un gran benefactor de la Iglesia; las ofrendas imperiales hicieron posible la construcción de nuevos y espléndidos templos, así como la toma de los templos paganos para destinarlos al culto cristiano. Estas construcciones manifestaban a su vez la alianza providencial entre la Iglesia y el Imperio.

 

            Cabe destacar que estos templos o iglesias no eran construcciones aisladas. Generalmente era un complejo de edificios aptos para el culto, la beneficencia, la administración, por mencionar solo algunos aspectos. Este complejo contaba con una sala de audiencias en la que el obispo presidía como juez (secretarium), el palacio episcopal, espacios de almacenaje de víveres para los pobres, y un patio central de gran extensión y espléndida belleza para la realización de banquetes para los pobres, distribución de limosnas, o simplemente, para que los fieles se reunieran y se pusieran al día con las noticias de su ciudad.

 

            Los ministros cristianos fueron exonerados de la obligación de pagar impuestos, del servicio militar y de otros servicios públicos obligatorios. El clero cristiano comenzó a expandirse rápidamente, siendo el único grupo en lograrlo, en un período en el que las cargas del imperio habían provocado a las otras asociaciones cívicas hacia la paralización. Los presbíteros y diáconos estaban vinculados a su obispo desde hacía tiempo, unidos jerárquicamente a él, quienes conformaban un ordo, tan ordenado como cualquier concejo ciudadano.

 

            Constantino esperaba que los obispos fungiesen como árbitros y jueces exclusivos en los conflictos entre cristianos y aun entre cristianos y no-cristianos. El obispo que ya era considerado como juez del pecado, rápidamente se fue convirtiendo en el repartidor de justicia de toda la comunidad local.

 

            Las ciudades habían sido centros importantes del mundo romano; por medio de los cuales el gobierno romano funcionaba. Luego del proceso de centralización y fortalecimiento del papel del estado, este dependía aún más que antes de la disposición y colaboración de los líderes de las ciudades para la recolección de impuestos y el mantenimiento de la ley y el orden. Conforme el siglo cuarto avanzaba, se hacía más evidente que los obispos cristianos, al conquistar las ciudades de abajo hacia arriba, estaban adquiriendo la potestad de determinar las políticas del emperador. El clero constituía el grupo local con el que era aconsejable mantener buenas relaciones.    

 

La distinción entre las clases sociales también sufrió cambios. Antes había sido el cuerpo, la forma de portarlo en público y frecuentemente, en los baños públicos, al desnudo, lo que ofrecía las señales más claras de la pertenencia natural a una clase distinguida. Con el tiempo, pasó a ser la vestimenta la señal del rango de su propietario.

 

 

            El vestido discreto y uniforme del periodo clásico, común para todos los miembros de las clases altas (la toga cargada con el sentido de la dominación de los nobles intercambiables), fue abandonado y se impuso el uso del vestido como pregón: vestimentas diseñadas para proclamar las divisiones jerárquicas dentro de las clases altas y de funcionarios públicos. Estas iban desde las ondulantes batas de los senadores y el vestido uniforme de los servidores imperiales, bordados con entrepaños que indicaban los rangos oficiales. Se consolidó el uso de vestimentas pesadas, ajustadas al cuerpo, con ornamentos que hablaban explícitamente de una posición jerárquica que culminaba en la corte imperial. Los obispos cristianos también portaron túnicas como parte de sus prendas.

 

            Gran parte de las áreas de la vida pública de las clases altas del imperio romano permanecieron apegadas a las definiciones confesionales de identidad que ostentaban, con una creciente rigidez, dividir el mundo entre cristianos y paganos. En el ámbito de este espacio cultural público, los cristianos y los no cristianos podían encontrarse libremente en un campo neutral. Personas de diferentes religiones podía participar en el mantenimiento del mundo romano restaurado al orden.

 

            La Iglesia era una nueva comunidad pública en torno a tres temas; el pecado, la pobreza y la muerte. Estas tres nociones resonaban en el horizonte de los cristianos de la antigüedad. Es en el siglo IV donde la palabra politeísmo recibió su nombre moderno. La palabra “pagano” comenzó a circular entre los cristianos y este término enfatizaba el estado marginal del politeísmo. Usualmente pagano significaba un ciudadano de segunda clase. Mas tarde pagano significó el seguidor de una religión de los sectores más bajos y analfabetas. En tales términos, el politeísmo era considerado una religión digna de campesinos analfabetas.

 

            En el año 436, los abogados de Teodosio II (408-450), nieto de Teodosio I, se reunieron en Constantinopla para unificar los edictos de sus predecesores cristianos en un único libro, conocido como codex o código. El Código teodosiano apareció en el año 438, el cual terminaba con el libro Sobre la Religión, a partir del cual las creencias religiosas llegaron a ser objeto de legislación. Desde entonces, las perspectivas u opiniones erróneas acerca de la religión en general y no sólo la omisión en la práctica de los ritos tradicionales de una forma tradicional, fueron sometidas a la disciplina. En el nuevo ordenamiento romano, luego de promulgados los concilios ecuménicos, se brindó ayuda a la Iglesia para el restablecimiento de la unidad de la fe; así se sancionó la herejía, el separatismo, el judaísmo y el error del paganismo. El Código teodosiano contribuyó en gran medida al mantenimiento de la moral de las iglesias cristianas y de sus protectores imperiales.

 

            En el siglo IV, los rasgos fundamentales del cristianismo se fortalecieron. Característica de los grupos cristianos de entonces fue su intenso sentido de orden y de pertenencia a una red de comunicaciones similares que se extendía de un extremo al otro del mundo romano. El mensaje que se proclamaba en estas comunidades era severo, trataba de la salvación y del pecado.

 

            La salvación significaba liberación de la idolatría y del poder de los demonios. La unicidad de Dios y el rechazo de los ídolos eran temas que cualquier cristiana o cristiano podían exhibir frente a los demás. Según las creencias politeístas, los dioses de menor categoría habían sido considerados como criaturas ambivalentes, caprichosas, posiblemente dañinas y manipulables para bien o para mal. Los cristianos desarrollaron tal división de los dioses en una dirección más radical; les atribuyeron a todos los dioses por igual y sin excepción, las cualidades la no confiabilidad de los dioses inferiores.

 

 

            Los politeístas describían a estos dioses inferiores como “daimones” seres visibles e intermediarios. Para los cristianos, todos los dioses eran demonios con la misma connotación que hoy le damos al término. Los dioses eran quisquillosos y malvados. Los cristianos no negaban su existencia sino que trataban a todos, aún a los más elevados como seres malos e indignos de confianza. Eran poderes invisibles y sin rostro, maestros del arte de la ilusión que se servían de los mitos, ritos e imágenes tradicionales como máscaras que podían desorientar a los humanos y apartarlos del culto al único y verdadero Dios.

 

            En la era de Constantino, el culto inmemorial a los dioses era percibido como una gran ilusión y engaño construida por los demonios para separar a la humanidad del Dios verdadero. Sin embargo, el Dios de los cristianos no se presentaba como una realidad distante. Como contraposición al mundo politeísta, las comunidades cristianas desarrollaron un frente vistoso y sonante de demostraciones de poder divino.

 

            En los siglos cuarto y quinto muchos cristianos se adjudicaban el derecho inestimable de pertenecer a un grupo convencido de que la historia estaba a su favor. Interpretaban los cambios en un trasfondo majestuoso y sobrenatural. El poder de Jesucristo era visto como un poder en oposición al poder malévolo de los demonios que acechaba detrás de la máscara del culto tradicional politeísta. Cuando Cristo había sido levantado en la cruz en el Gólgota, el imperio invisible de los demonios había sido derribado; lo que aconteció sobre la tierra en el siglo V simplemente confirmaba la victoria sobrenatural previa de Cristo sobre sus enemigos. El desalojo de los demonios de sus lugares tradicionales; tales como remoción de sus altares de sacrificios, el saqueo de sus templos, la destrucción de sus estatuas, se presentaba como un cambio grandioso y satisfactorio; equivalía en el dominio público, al exorcismo. Con el exorcismo, los dioses (demonios) eran removidos del cuerpo de los poseídos por el poder victorioso de Cristo. Ahora eran removidos bruscamente de los templos y la señal de la cruz sería esculpida en las puertas de entrada indicando con ello que el templo había sido re-tomado por Cristo.

 

            El florecimiento de la libertad religiosa a partir del siglo IV, permitió que tanto los cristianos como los no cristianos compartieran de una cultura pública. Ejemplos de este tipo de cultura son los calendarios (Calendario del 354), en éstos se encuentran elementos romanos y cristianos.

 

            Mientras estuvieron vigentes los sacrificios y los rituales paganos en el Imperio hasta finales del siglo IV, el cristianismo consolidó el concepto de contaminación, de manera tal que el paganismo continuaría fuera de la comunidad cristiana. Los cristianos prefirieron evitar las ceremonias paganas, aunque mantenían respeto por considerar que podían tener eficacia. Además, los cristianos opinaban que no estaban manchados ante Dios por el simple hecho que tales rituales y ceremonias continuaran existiendo, bastaba con que ellos mismos permanecieran alejados de tales prácticas.

Tras la libertad religiosa, la Iglesia tuvo necesidad de organizar sus propias estructuras territoriales, con vista a la acción pastoral en un mundo que se cristianizaba con rapidez. La Iglesia tomó las estructuras administrativas del Imperio como norma de su propia organización (principio de acomodación). La circunscripción civil más clásica, la provincia, sirvió de modelo a la provincia eclesiástica. En el siglo V, el Imperio llegó a contar con más de 120 provincias, sobre este dato territorial fue implantándose gradualmente la división provincial de la Iglesia.

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*  VI Ciclo *

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