Cristología: Fe de Jesús, Fe cristiana

 

LA PALABRA.

VERDAD Y BUENA NOTICIA

      

 

I. El título «logos», la palabra.

 

1. Con él se continúa la línea de pensamiento de que «en Jesús ha aparecido Dios».

 

A. Pero se radicaliza:

 

a). Con el logos aparece la unidad de Jesús con Dios desde siempre (preexistencia).

 

b). El devenir del mismo Dios (encarnación).

 

c). Se muestra a Jesús como revelador del Padre.

 

(1). En todo lo que dice y hace, y en todo lo que es.

 

 

II. Dentro de la historia de la cristología el título «logos» es muy importante.

 

1. «hizo de puente» entre la cultura judía y la helenista.

 

2. Fue decisivo para predicar a Cristo misioneramente en el mundo helenista.

 

A. Así como el título «mesías» lo fue para predicarlo en el mundo judío.

 

3. El título «logos» del Nuevo Testamento puede ser analizado como base escriturística de la futura cristología patrística y conciliar.

 

 

III. Origen y significado del logos.

 

1. El término sólo aparece en los escritos de Juan y de forma más específica en el prólogo del evangelio.

 

2. Por lo que toca a su origen.

 

A. Hoy está asegurado que tanto en el helenismo como en el judaísmo existían numerosas reflexiones sobre el logos.

 

 

3. En el helenismo.

 

A. El logos es una realidad fundamental.

 

B. Con él se afirma y se hace hincapié en que tras la realidad empírica existe una razón, un sentido.

 

C. En los comienzos del pensamiento griego el logos es considerado como la ley del universo.

 

a). Todo lo gobierna.

 

b). Para Platón es una de las ideas.

 

D. Sin embargo, no se llega a especular sobre si ese logos pueda convertirse en una realidad sustancial en sí misma.

 

a). Problema fundamental que ocupará después a la teología cristiana.

 

E. En Filón el logos aparecerá ya como esencia intermedia entre Dios y los hombres.

 

a). Emparentada con la Sabiduría.

 

(1). Ya personificada, de la que habla el Antiguo Testamento.

 

F. En el gnosticismo el logos es una esencia mítica.

 

a). Mediador.

 

b). Se personifica como creador, revelador y salvador.

 

c). Llega incluso a hablarse de encarnación.

 

(1). Aunque no en el sentido en que lo hará el prólogo de Juan.

 

(2). Sino en un sentido mítico-doceta.

 

G. También en las religiones circundantes se menciona un logos revelador y salvador (Hermes, Theot).

 

a). En ellas se acelerará el proceso de personificación del logos para uso de la religiosidad del pueblo.

 

4. Sea cual fuere la forma de pensar y personificar al logos, lo fundamental para la teología consiste en:

 

A. La convicción de que la realidad está transida de racionalidad y de sentido.

 

a). Es decir, la realidad no es sólo objeto de salvación o de condenación, de esperanza o desesperanza.

 

b). Es también objeto de sentido, posee transparencia y luz intrínsecas.

 

B. Esto es lo que desde la perspectiva creyente se relaciona con Dios.

 

a). Lo que hará también que la teología pueda y deba ser «racional».

 

 

5. En el judaísmo.

 

A. Existía una honda reflexión sobre la palabra.

 

B. Proviene de dos tradiciones distintas.

 

a). Una tradición versa sobre la palabra creadora de Dios (debar Yahvé).

 

(1). En el Génesis el modo en que acaece la creación es descrito a veces en forma artesanal: Dios trabaja el barro de la tierra, Gen 2, 7.

 

(2). Programáticamente, la creación acontece a través de la palabra: «y dijo Dios», y todas las cosas fueron creadas (Gen 1, 3; cf. Sal 33, 6, etc.) y todas eran «buenas».

 

(3). Esta palabra creadora va cobrando entidad propia. «Dios envía su palabra» (Sal 107, 20; 145, 13).

 

(4). En Is 55, lOs. se recalca la eficacia de la palabra de Dios y se llega casi a personificarla.

 

(5). Es en el judaísmo de la diáspora donde comienza el movimiento a hipostasiar y personificar la palabra. «La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en el cielo» (Ecl 1, 5).

 

(6). Se comienza a hablar de la «palabra» sin más, sin tener que mencionar ya que es la palabra de Dios. «Tu palabra sana todas las cosas» (Sal 107, 20), «todas las obras del Señor fueron hechas por su palabra» (Ecl 42, 15).

 

b). La otra tradición versa sobre la «sabiduría».

 

(1). Es personificada como anterior a todo lo creado. «Yahvé me creó la primera de sus obras» (Ecl 24, 9). «Yahvé me creó primicia de su camino antes que sus obras más antiguas» (Prov 8, 22). «Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí toda la tierra» (Ecl 24, 3ss.).

 

(2). Esa sabiduría está presente en la historia, y «planta su tienda en el pueblo» (Ecl 24, 12).

 

(3). Es identificada con la ley (Ecl 24, 23).

 

 

6. En el Antiguo Testamento.

 

A. En el desarrollo de estas especulaciones sabiduría y palabra llegan a hacerse intercambiables.

 

B. Comienza a aparecer una cierta idea de personificación.

 

a). Cuando la palabra es considerada como realidad en sí misma.

 

b). De preexistencia con respecto a todo lo creado.

 

(1). Lo cual será importante para el futuro de una cristología del logos.

 

(2). Pues la palabra es la persona de Jesucristo.

 

C. Características histórico-existenciales de la palabra en el Antiguo Testamento.

 

a). La primera es que la palabra es vehículo necesario de interpelación de Dios.

 

(1). Siendo esa dimensión de interpelación lo que hace presente a Dios para nosotros.

 

(2). «El Dios de la Biblia no es captable como neutro.

 

(3). Deja de ser Dios en el momento en que la intimación cesa».

 

(4). Por esa razón Dios no tiene imagen, sino sólo palabra, voz. Así dijo Dios a Moisés: «entonces te habló el Señor en medio del fuego; tú escuchabas sonidos de palabras, pero no veías forma alguna: sólo había voz» (Dt 4,12).

 

(5). Aceptar la relación con Dios es estar dispuestos a dejarse interpelar por su palabra.

 

(6). A la inversa, neutralizar esa interpelación es dejar de relacionarnos con Dios.

 

b). La segunda es que el ser humano no sólo puede ignorar la palabra, sino rechazarla.

 

(1). Ese rechazo expresa una pecaminosidad humana genérica.

 

(2). Rechazarla también expresa la pecaminosidad específica de la creatura ante un Dios que le habla y conmina, que argumenta, y hasta le ruega recordando los beneficios que ha hecho a su pueblo.

 

(3). El rechazar la palabra de Dios es otra forma que toma el mysterium iniquitatis, expresado ahora en la relación explícita del ser humano con el mismo Dios.

 

(4). Por obvio que parezca, hay que recordarlo: al tener Dios palabra, está también aceptando la posibilidad de ser no sólo desconocido, sino activamente ignorado y rechazado, como lo denuncian con fuerza los profetas en el Antiguo Testamento.

 

 

7. En el Nuevo Testamento.

 

A. La palabra, como término para designar a Cristo.

 

a). En sentido absoluto, sólo aparece en el prólogo del evangelio de Juan (1, 1).

 

b). No se aplica a Jesús en vida ni es de esperar que lo fuera.

 

c). Llamar a Jesús logos supone ya una elaborada cristología.

 

(1). Supone de alguna forma fe en su encarnación y preexistencia.

 

B. Los cuatro evangelios y sobre todo la fuente Q presentan muchas palabras de Jesús.

 

C. En el evangelio de Juan, aun prescindiendo del prólogo, la palabra de Jesús tiene una significación especial.

 

a). Palabra es lo que se oye fonéticamente con los oídos (2, 22; 19, 8).

 

b). Es sobre todo lo que hay que oír con fe y esperanza:

 

(1). «Yo os aseguro: si alguno guarda mi palabra no verá la muerte jamás» (8, 51; cf. 8, 31; 5, 24).

 

c). La palabra de Jesús no sólo se relaciona con Dios porque Jesús se remita a él para su justificación, sino que es palabra de Dios:

 

(1). «Yo les he dado tu Palabra» (17, 14);

 

(2). es palabra de verdad (17,17).

 

d). Jesús no aparece únicamente como quien trae la palabra, la verdad y la vida.

 

e). Jesús aparece como quien es la palabra, la verdad y la vida.

 

f). Por último, esta relación entre Jesús y Palabra en el evangelio es tan íntima, que «palabra» es el término que se reserva para describir la obra de Jesús.

 

(1). Así en Jn 1, 23, cuando aparece el Bautista predicando, el evangelista, conscientemente, remite a su predicación no con el término «palabra» sino con el término «voz»: «Yo soy la voz que clama en el desierto»,

 

(2). Con lo cual distingue claramente entre Jesús y el Bautista.

 

 

IV. El prólogo de Juan: meditación reflexiva.

 

1. Esa palabra hecha carne es lo que Juan presenta en el prólogo.

 

2. Expone la realidad del logos según un esquema temporal lleno de contenidos:

 

A. su preexistencia,

 

B. su papel mediador en la creación,

 

C. su función reveladora radicalmente superior a cualquier otra revelación anterior,

 

D. su encarnación,

 

E. el rechazo de unos,

 

F. la acogida de otros,

 

G. su función salvífica.

 

3. En un sentido puede decirse que el prólogo expone «la historia de la palabra».

 

A. El paradigma de lo que significa, cristianamente, transcendencia en la historia:

 

a). la realidad de un logos (divino),

 

b). que se hace historia,

 

c). la humaniza

 

d). y la salva,

 

e). y que queda también a su merced.

 

 

4. Preexistencia y divinidad.

 

A. El origen de la palabra está «en el principio» (1, 1).

 

a). Alusión a Gen 1, 1, pero con una diferencia importante:

 

(1). En el Génesis lo que está en el principio es Dios,

 

(2). Dios, por medio de la palabra, lo crea todo.

 

(3). En el prólogo de Juan, la palabra ya está en el principio.

 

(4). La palabra no aparece como algo creado.

 

(5). La palabra tampoco es como en el pensamiento griego (que volverá a resurgir con Arrio) como la primera y más excelsa de las creaturas.

 

(6). Con este modo de presentar la palabra, desde una perspectiva temporal —«en el principio»—, el prólogo equipara la realidad de la palabra a la realidad de Dios.

 

(7). El logos «está de parte de Dios».

 

b). Esta equiparación se explícita, aunque de forma dialéctica, en las formulaciones que siguen.

 

(1). «La palabra era Dios» (1,1c) no es, por tanto, creatura ni emanación de Dios,

 

(2). Pero tampoco se identifica simplemente con Dios, con aquello que en el Nuevo Testamento es o theos (Dios Padre), lo cual aclara a continuación.

 

(3). La traducción de 1,1b es sumamente difícil: la palabra «estaba con Dios», «se dirigía a Dios», «frente a Dios era el Verbo» (Biblia de Jerusalén, Biblia española. Biblia latinoamericana), pero en cualquiera de esas formas se expresa la no identificación de la palabra con o theos, el Dios Padre.

 

 

B. Mediadora de la creación.

 

a). La primera función de la Palabra es la de ser mediadora de la creación:

 

(1). «todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe» (1, 3.10),

 

(2). con lo cual se afirma que toda la creación está «transida» de esa palabra,

 

(3). que nuestro mundo y nuestra historia lleva las huellas de la palabra.

 

b). Esa palabra mediadora queda especificada después en términos antropológicos y existenciales:

 

(1). «en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (1, 4).

 

(2). «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (1, 9).

 

(3). No se afirma, pues, ni una creación.

 

c). Como esta palabra es mediación de la creación, la creatura aprende el modo de «crear».

 

(1). Es decir, el modo de hacer del Padre.

 

(2). Es ésta una idea importante.

 

 

C. La historia de la palabra. Hacerse carne en la historia.

 

a). El himno prosigue y opera un cambio radical.

 

(1). Pasa a narrar la «historia» de la Palabra.

 

(2). El momento culminante de su acercamiento a los seres humanos.

 

b). La formulación externa pudiera ser la misma que la de un himno a la sabiduría.

 

(1). Pero el hecho de que la palabra se haga carne, historia, eso es lo totalmente nuevo.

 

c). En la historia la Palabra tiene un precursor.

 

(1). Juan Bautista.

 

(2). Él no era la luz.

 

(3). Ejerce dos importantes funciones: da testimonio de la luz y, pedagógicamente, prepara el camino para que todos crean en la luz (1, 6-8.15).

 

d). La afirmación fundamental, lo que constituye el centro del prólogo, es:

 

(1). Que la Palabra vino hacia nosotros, de verdad e irrevocablemente: «la Palabra se hizo carne, acampó entre nosotros» (1, 14).

 

(2). El misterio central de la fe cristiana, el Emmanuel, «Dios con nosotros» de Mt 1, 23, «la bondad de Dios aparecida sobre la tierra» (Tit 3, 4) se afirma aquí con radicalidad.

 

(3). La Palabra, lo equiparable a Dios, se ha encarnado, ha devenido lo que no es Dios: ha devenido sarx.

 

e). Que Jesús es verdaderamente humano lo recalcan varios escritos del Nuevo Testamento.

 

(1). De forma impresionante se recalca en la carta a los Hebreos.

 

f). Lo específico del prólogo del evangelio según San Juan es la afirmación tajante del devenir de Dios.

 

(1). Eso verdaderamente humano es Dios.

 

(2). Y que ese Dios para llegar a estar con nosotros ha devenido lo que no es Dios.

 

 

D. La salvación.

 

a). «Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (1, 12).

 

(1). Ésta es la finalidad del acercamiento de la palabra, salvar.

 

b). Realidad comprendida de diversas maneras en el Nuevo Testamento.

 

(1). Aquí se formula de la siguiente forma: salvación es lo acaecido y aparecido en Jesús: charis kai aletheia, la gracia y la verdad; tomado en su conjunto, es plenitud.

 

(2). Es importante notar el orden de ambos términos: la gracia, el amor, la vida, tienen prioridad lógica sobre la verdad y la luz.

 

(3). Podemos formular ya la tesis fundamental: la salvación no consiste primariamente en un saber, sino en un ser (ser amado y ser amador).

 

c). Más adelante se esclarece la salvación y el elemento que tiene prioridad:

 

(1). «de su plenitud todos nosotros hemos recibido, ante todo un amor que responde a su amor» (1, 16).

 

(2). La salvación viene expresada en términos de «amor», de ser amados y de amar.

 

(3). Y entonces el prólogo viene a decir que vivir en el amor es vivir salvados.

 

(4). Esto es lo que se recalca después en el evangelio.

 

(5). El nuevo mandamiento de Jesús en lo que reconocerán que son sus discípulos (en el lenguaje del prólogo: cómo participar de su plenitud) es amarse los unos a los otros (Jn 13, 34s.).

 

d). El prólogo de Juan presenta a Jesús como la palabra y a ésta como Dios: «la palabra era Dios» (1, 1).

 

(1). También en otros lugares del Nuevo Testamento se afirma que Cristo participa en la realidad de Dios: «esplendor de la gloria del Padre e imagen de su esencia» (Heb 1, 3), «en Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad» (Col 2, 9).

 

(2). En otros textos se lo relaciona lingüísticamente con Dios: «Jesucristo, gloria del gran Dios» (Tit 2, 13), «por la justicia de nuestro Dios y salvador Jesucristo» (2 Pe 1, 1), «Cristo [...] Dios bendito por los siglos» (Rom 9, 5), «del Hijo (dice): Tu trono, ioh Dios!, por los siglos de los siglos [...] Por eso te ungió ioh Dios!» (Heb 1, 8s., citando el salmo 45, 7s.).

 

 

e). Por último, hay dos textos, ambos en los escritos joannos, que llaman a Jesús «Dios».

 

(1). El evangelio termina —en su primer final— con la confesión de Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28).

 

(2). La primera carta de Juan termina también con una confesión: «Éste es el verdadero Dios y vida eterna» (1 Jn 5, 20).

 

f). El Nuevo Testamento relaciona íntimamente a Jesús con Dios en la línea de lo que después se llamará su divinidad.

 

g). Pero hay que hacer dos precisiones.

 

(1). Los textos que hablan con mayor claridad de la divinidad de Jesús son tardíos, operan como punto de llegada, a partir de la carne histórica de Jesús.

 

(2). Y el interés que aparece en ellos no es especulativo —cuál es la realidad esencial de Cristo—, sino salvífico, y de ahí que se analice su relación con Dios, fuente última de salvación.

 

 

V. Aplicación de títulos a Cristo en el Nuevo Testamento.

 

1. Cualquier «título» que expresa lo bueno y verdadero, lo justo, esperanzador y liberador, cualquier título que expresa lo mejor de lo humano y de lo divino, todo ello lo aplicaron a Jesús.

 

2. Lo único que el Nuevo Testamento no llegó a llamar a Jesús es «Padre».

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