Historia de la Iglesia II

JUSTIFICACIÓN TEOLÓGICA PARA LA PACIFICACIÓN Y EL SOMETIMIENTO DE LOS PUEBLOS AMERICANOS

 

 

Teológicamente, la disputa de Valladolid de 1550 entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas es la más importante que sobre el estatuto ontológico, y a la luz de la fe, se haya realizado en Europa acerca de la naturaleza del hombre y de las culturas del Tercer Mundo.

 

Es necesario comprender que una cierta coyuntura de clases paradójicamente ayudaba, teológicamente, a los indios (aunque en la práctica política y económica serán oprimidos hasta la completa alienación) (Dussel, 1983).

 

Posición de Ginés de Sepúlveda

Posición de Bartolomé de Las Casas

 

Ginés de Sepúlveda fundaba sus argumentos teológicos en muchos autores, entre ellos:

 

Aristóteles, John Major, Fernández de Oviedo y la bula de Alejandro VI.

 

Aristóteles había afirmado que:

 

«el que siendo hombre no es por naturaleza de sí mismo, sino de otro, éste es esclavo por naturaleza... Son por naturaleza esclavos (physei doûloi) aquellos a quienes resulta ventajoso obedecer a la autoridad. La utilidad de los esclavos difiere poco de la de los animales».

 

Ginés aplicaba esta doctrina a su teología de la dominación:

 

«Hay otras causas de justa guerra contra los indios», y una de ellas es «el someter con las armas, si por otro camino no es posible, a aquellos que por su condición natural deben obedecer a otros y rehúsan su imperio».

 

Por su parte, John Major , teólogo escocés, había publicado en 1510 unos Commentaries on the Second Book of Sentences, donde se refería a las tierras recién descubiertas. Se decía que

 

«si cierta gente ha abrazado la fe de Cristo, y lo ha hecho de todo corazón, debe esperar que sus gobernantes sean depuestos del poder si persisten en su paganismo»

 

y escribe todavía:

 

«Hay algo más que decir. Estas gentes viven como si fueran bestias. A ambos lados del Ecuador y en medio de los polos, los hombres viven como bestias salvajes. Y ahora todo esto ha sido descubierto por la experiencia».

 

Fernández de Oviedo sostenía que

 

los indios habían caído en «costumbres bestiales» y se encontraban incapacitados para recibir la fe

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El «mundo» del otro, del pobre, del indio, es un sinsentido (irracional y bestial, animal), simplemente porque tiene otro sentido que el europeo.

 

Primeramente se reduce al otro, al pobre, al indio, a ser meros bárbaros, al «no-ser».

 

El antiguo ontólogo griego, hermano de los conquistadores griegos que expulsaron a los primitivos habitantes «bárbaros» en el sur de Italia para instalar el lógos o la razón de la cultura griega en la llamada «magna Grecia», dijo:

 

«El ser es, el no-ser no es»

 

«lo mismo es pensar que ser»

 

El acto de pensar (noeín) es griego, con evidencia:

 

más allá de la civilización griega está el no-ser, el bárbaro, el sin-sentido.

 

El «no-ser» incluye de hecho a todos los hombres que se sitúan fuera del mundo del dominador, del aristócrata («lo mismo»).

 

Lo que yo no comprendo, no pienso (noeín), no-es.

 

La ontología y la teología que en ella se funda como pensar dominador reduce a la nada al pobre, al otro, al que está más allá del horizonte del mundo del dominador. No-es el bárbaro para Parménides ni el indio para Fernández de Oviedo.

 

Oviedo juzgó al indio desde su mundo europeo.

 

Fueron los Oviedos, los sir Francis Drake, los que triunfaron aniquilando el mundo del indio.

 

El «discurso» se enuncia así:

 

lo que yo no comprendo es sin-sentido; el sin-sentido es no-ser; cuando alguien dice lo que no es enuncia lo falso; decir lo falso como falso es mentira; antes que sigan los otros mintiendo es bueno civilizarlos; como se niegan a recibir el don benéfico de la civilización es necesario hacerles la guerra; como todavía se defienden, muchos mueren, y otros quedan reducidos a la servidumbre.

 

 

Bartolomé rebatió a dichos autores apasionadamente.

 

En cuanto a las bulas de Alejandro VI, Bartolomé analiza la cuestión:

 

y muestra que nunca el papa, justificó la guerra o la violencia como medio de propagar la fe en las Indias.

 

La misma reina Isabel defendía a los indios y prohibía que «los hagan sufrir cualquier tipo de daño en sus personas o pertenencias».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


A todo lo cual responde Bartolomé de las Casas:

 

«¡Fuera, entonces, con John Major, ya que él no sabe absolutamente nada de la ley ni de los hechos! Así, resulta ridículo que este teólogo escocés venga a decirnos que un rey, aun antes de que entienda el idioma español y aun antes de comprender la razón de por qué los españoles construyen fortificaciones, deba ser despojado de su reino».

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Le replica Bartolomé:

 

«Siendo Oviedo miembro de estas perversas expediciones, ¿qué no dirá acerca de los indios?... A causa de estos brutales crímenes, Dios le ha vendado los ojos junto con otros saqueadores... a fin de que él no sea capaz por gracia de Dios de saber que esas desnudas gentes eran simples, buenos y piadosos».

 

 

De agosto a septiembre de 1550 se enfrentaron, entonces, Ginés y Bartolomé, sobre la incapacidad de los indios para recibir la fe.

 

Bartolomé respeta al indio en su exterioridad.

 

Las Casas continúa su discurso atacando frontalmente a la totalidad del sistema europeo en expansión dominadora. Para nuestro teólogo, el mayor del siglo XVI, todo el sistema era injusto, comenzando por su proyecto fundamental:

 

«Han muerto e hecho menos cien mil víctimas a causa del trabajo que les hicieron pasar por la codicia del oro». «Por sus codicias de haber oro y riquezas».

 

El determinar si el indio era o no capaz de recibir la fe era importante para poder justificar o no el dominio español del «encomendero» (criollo que

explotaba al indio como mano de obra), sobre los pueblos de América.

 

Bartolomé les responde -a la Grecia aristocrática y a la Europa moderna, conquistadora y egocéntrica-:

 

Cosa es maravillosa de ver el tupimiento que tuvo en su entendimiento aqueste Oviedo, que así pintase a todas estas gentes con perversas cualidades y con tanta seguridad.

 

 

 

 

Bartolomé exigía, con razón, que fuera juzgado desde el mismo mundo del indio.

 

 

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