SÍNTESIS
DOMINUS IESUS
SOBRE LA UNICIDAD Y LA UNIVERSALIDAD SALVÍFICA DE JESUCRISTO Y DE LA IGLESIA
La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de los siglos en la proclamación del misterio de Dios como evento de salvación para toda la humanidad (n. 1). El compromiso de anunciar a Jesucristo se sirve también de la práctica del diálogo interreligioso, que acompaña la missio ad gentes. (n. 2). En la práctica y profundización teórica del diálogo entre la fe cristiana y las otras tradiciones religiosas surgen cuestiones nuevas, las cuales se trata de afrontar recorriendo nuevas pistas de búsqueda, adelantando propuestas y sugiriendo comportamientos, que necesitan un cuidadoso discernimiento. En esta búsqueda, la Declaración interviene para llamar la atención de los Obispos, de los teólogos y de todos los fieles católicos sobre algunos contenidos doctrinales. El lenguaje expositivo de la Declaración no es la de tratar en modo orgánico la problemática relativa a la unicidad y universalidad salvífica del misterio de Jesucristo y de la Iglesia, ni proponer soluciones a las cuestiones teológicas libremente disputadas, sino la de exponer la doctrina de la fe católica al respecto. Al mismo tiempo se indican algunos problemas fundamentales que quedan abiertos para ulteriores profundizaciones, y confutar determinadas posiciones erróneas o ambiguas. El texto retoma la doctrina enseñada en documentos precedentes del Magisterio, con la intención de corroborar las verdades que forman parte del patrimonio de la fe de la Iglesia (n. 3).
El anuncio misionero de la Iglesia es puesto en peligro por teorías relativistas, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio) (n. 4). Para remediar esta mentalidad relativista es necesario reiterar el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo (n. 5). Es contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, complementaria a la presente en las otras religiones (n. 6). Se recuerda la distinción que existe entre fe teologal (acogida de la verdad revelada por Dios) y la creencia en las otras religiones (experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela), y agrega que tal distinción no siempre es tenida en consideración en la reflexión actual (n. 7). Hay quienes proponen la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras religiones. Tales textos contienen elementos en los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. La tradición de la Iglesia reserva la calificación de textos inspirados a los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo (n. 8). En la reflexión teológica contemporánea a menudo emerge un acercamiento a Jesús de Nazaret como si fuese una figura histórica particular y finita, que revela lo divino de manera no exclusiva sino complementaria a otras presencias reveladoras y salvíficas (n. 9). Debe ser firmemente creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret y solamente él, es el Hijo y Verbo del Padre. Es también contrario a la fe católica separar la acción salvífica del Logos en cuanto tal, y la del Verbo hecho carne (n.10). Debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía salvífica cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo (n. 11). Quienes proponen la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo encarnado, tal afirmación es contraria a la fe católica, que considera la encarnación salvífica del Verbo como un evento trinitario (n. 12). Es también frecuente la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo; frente a la proclamación de Jesucristo que en su evento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro (n. 13). Ante este dato de fe, la teología está hoy invitada a explorar si es posible, y en qué medida, también figuras y elementos positivos de otras religiones puedan entrar en el plan divino de la salvación (n. 14). No pocas veces algunos proponen que en teología se eviten términos como «unicidad», «universalidad », «absolutez», con este lenguaje se expresa simplemente la fidelidad al dato revelado, pues constituye un desarrollo de las fuentes mismas de la fe (n. 15).
El Señor Jesús no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico, por eso, la plenitud del misterio salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor. Con la expresión «subsitit in», el Concilio Vaticano II quiere armonizar dos afirmaciones doctrinales: que la Iglesia de Cristo, no obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia católica, y por otro lado que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad», ya sea en las Iglesias que en las Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica. Sin embargo, respecto a estas últimas, es necesario afirmar que su eficacia «deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia católica» (n. 16). Existe una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él (n. 17). Afirmar la relación indivisible que existe entre la Iglesia y el Reino no implica olvidar que el Reino de Dios no se identifica con la Iglesia en su realidad visible y social. No debe excluirse «la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia». El Reino interesa a todas las personas, sociedades, al mundo entero. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas (n. 19). Debe ser firmemente creído que la «Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia (n. 20).
Acerca del modo en el cual la gracia salvífica de Dios llega a los individuos no cristianos, sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones, como complementarias a la Iglesia, o incluso substancialmente equivalentes a ella. Las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios y que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones ». Sin embargo, no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, propia de los sacramentos cristianos, sin ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores, constituyen más bien un obstáculo para la salvación (n. 21). La Iglesia excluye la mentalidad indiferentista marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que “una religión es tan buena como otra”». Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Es necesario recordar a «los hijos de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una gracia especial de Cristo; y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad». La paridad se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo comparado con los fundadores de las otras religiones (n. 22). Frente a propuestas problemáticas o incluso erróneas, la reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la Iglesia y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz (n. 23).
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