Exégesis Bíblica

SÍNTESIS

LECTURA INTERCULTURAL DE LA BÍBLIA, ANTROPOLOGÍA CULTURAL Y PENSAMIENTO FILOSÓFICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO

 

            Mena (s.f.) aclara que la Biblia es memoria de experiencias significativas de distintos pueblos, producto de diversas culturas. La Biblia es memoria de la experiencia de Dios vivida por los pueblos que la asumieron como tal. Está mediada por las culturas que fueron útero de esos pueblos. Al momento de traducirla, además de enfrentarse con idiomas distintos, se ha de tratar con culturas que producen experiencias distintas y valoraciones diferentes de tales experiencias. No sólo cambia el idioma al pretenderse trasladar la vida de sus textos hasta el presente, es todo el aspecto cultural lo que cambia. Cambia además toda la posible consonancia entre las traducciones del hebreo, griego y arameo al español. Ante la lectura bíblica, no sólo hay que escuchar algo, hay que dejar que lo que se escucha se quede adentro y una vez dentro, siga resonando, haciendo pensar. Hay que tener presente que toda relación es entre personas, no entre personas y textos. Los textos son memorias de personas, de vidas concretas que llegan a cada persona porque, de algún modo, ya son significativas y merecen el respeto de ponerles atención.


        La exégesis bíblica tiene como tarea la reconstrucción de escenarios donde se dio una conversación significativa que ha quedado plasmada “en un pedazo de papel con letras”. Por consiguiente, tiene como tarea analizar un texto bíblico y exponer su significado semántico e histórico. Pero toda traducción de un idioma a otro implica comprensión del universo en donde las conversaciones se dieron. Todo lo concerniente al estudio de textos bíblicos requiere la comprensión de lo que es el lenguaje. “Antes de ser textos, lo que allí se dice, es lenguaje vivido en la convivencia social. Por esta razón el estudio del lenguaje es una tarea prioritaria en la formación bíblico-teológica”.


El lenguaje no es ni el idioma que hablamos, ni un instrumento usado por los seres humanos para pensar, no es generador de conceptos ni de representaciones. El lenguaje surge como lo propiamente humano al constituirse en gestor de nuestra convivencia tal y como la conocemos. Surge así porque, a diferencia de otros seres vivos, los humanos aprendimos que la convivencia es fundamental para nuestra sobrevivencia (Mena, s.f.).

            El amor es la forma cómo las personas se vinculan y construyen convivencia, es una emoción más que un sentimiento. La convivencia en la emoción del amor se da cada vez que las personas conviven juntas en la aceptación de la legitimidad del otro. El lenguaje es el modo cómo las personas realizan la existencia coordinando las acciones unos con otros, interactuando. El lenguaje dio un gran impulso a la capacidad humana de vincularse e interactuar y por eso se puede decir que el lenguaje forma lo humano y en consecuencia es que el ser humano es lenguaje. No se puede pensar al ser humano sin pensar en el lenguaje. Lenguaje, cuerpo y sociedad son conceptos que se emplean para referirse a lo que constituye lo humano.  Las relaciones sociales son las formas concretas de convivencia, tales como justicia, respeto y honestidad, que se nutren de la emoción del amor como elemento que permite exista el vínculo como sociedades. El conversar es un gestor de la convivencia donde se experimenta un recurrir constante de lo vivido y se profundiza lo vivido, se comprende, se vive en mutua aceptación con las demás personas y se aprende unos de otros, ampliando la capacidad reflexiva. Los problemas sociales son siempre problemas culturales, porque tienen que ver con la visión del mundo que se construyen en convivencia.


        Un texto es lenguaje en tanto preserva una conversación no en tanto preserva formas fonéticas expresadas en signos. Nada de lo que produce el ser humano está fuera del lenguaje. Los textos antiguos escritos pertenecen a la tradición oral y por ello pertenecen al lenguaje vivo, no son “escritos” según el concepto de la modernidad. La Biblia se compone de textos orales puestos por escrito, lo que los hace intertextuales por componerse de muchas conversaciones que interactúan con amplia libertad. Leer un texto bíblico es crear las condiciones para conversar con este; es necesario entender la cultura en donde ese texto tiene la capacidad de coordinar interacciones sociales. En el ambiente cultural del siglo I, la lectura no implicaba tomar un documento escrito y leerlo para sí mismo con el fin de conocer algo por primera vez. Más bien, quién leía lo hacía para personas que reconocían en la lectura algo ya sabido. Ello tiene que ver con conocer la tradición; por cuanto se lee para personas que ya conocen lo que se está leyendo. En la antigüedad no se leía un texto, sino que se actuaba un texto. Leer en voz alta para un auditorio era un acto escénico similar al trabajo que desempeñan las personas cuenta cuentos en la actualidad. Visto de este modo, los textos del Nuevo Testamento no se escribieron para ser interpretados en su significado como sucede en las predicaciones. Las audiencias antiguas debían participar, al menos era lo que se esperaba de la recitación o de la lectura en voz alta, por lo que las personas fueron bastante expresivas e interactuaron activamente con los lectores (Mena, s.f.).

          Por su parte, Malina (2007) indica que a partir de la época del Romanticismo, la interpretación de un texto también se sirve de modelos teóricos implícitos procedentes de la cultura de los intérpretes. Para tratar con documentos de otra cultura y otro periodo histórico, los intérpretes eligen herramientas interpretativas en orden a la consecución de objetivos que vienen determinados en gran medida por los valores de su propio sistema social. Existen como mínimo tres tareas de las que el intérprete debe ocuparse si desea dar con el sentido literal de un documento antiguo: recuperar el marco histórico adecuado, reconstruir el marco cultural pertinente y ser consciente de sus propios intereses, los cuales le vienen socialmente impuestos. Las ciencias sociales (sociología, política, economía, religión, antropología cultural, psicología social, etc.), parten del principio que los significados que las personas manejan y comparten se derivan del sistema social que tienen en común, el cual, al mismo tiempo está constituido por esos mismos significados.


Las ciencias sociales se basan en la convicción de que los seres humanos que viven en el mismo grupo social tienen sentido unos para otros. En otras palabras, los seres humanos de un mismo grupo social comparten interpretaciones de áreas de la vida como el yo, los otros, el espacio, el tiempo, la naturaleza y lo divino (…). La antropología cultural surge al estudiar la sociedad de la que uno forma parte comparándola con otras sociedades….


La antropología cultural adquirió la forma que hoy tiene hacia mediados del siglo xx, en tomo a los años cincuenta’. La tarea que se le encomendaba a esta disciplina era la de describir todos los grupos humanos existentes en el planeta estudiándolos desde una perspectiva comparada’. La antropología cultural pretende describir y analizar diversos grupos humanos con el fin de comprender en sus propios términos a quienes los componen. Uno de los requisitos principales para entender a un grupo distinto del propio es la necesidad de comparar (…). Toda sociedad humana tiene en su base un conjunto de significados compartidos que contrastan con los de otras sociedades (Malina, 2007).


        Por ejemplo, Fornet-Betancourt (2007), señala que por “pensamiento latinoamericano actual” se entiende:


por una parte, la cultura filosófico-teológica de pensamiento liberador que en un complejo proceso histórico se va gestando, articulando, madurando y diferenciando en América Latina desde 1968, concretamente a partir de los impulsos de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín), del debate entre Augusto Salazar Bondy (1925-1974) y Leopoldo Zea (1912-2004), del Movimiento Estudiantil y del Primer Congreso Cultural de La Habana.


Y por otra parte (…) el movimiento filosófico-teológico que comienza a desarrollarse de manera explícita a partir de las nuevas reivindicaciones políticas, culturales y religiosas de los pueblos indígenas y afroamericanos en el contexto del conflicto por la interpretación del sentido de la programada “conmemoración” de los 500 años de América Latina (1492-1992), y que busca por ello en la interculturalidad un nuevo horizonte para poder proyectarse como un pensar plural en el que resuenan realmente los muchos sentidos de la diversidad cultural de América (pp. 103-104).

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