RESUMEN

EL DADAÍSMO EPISTEMOLÓGICO DE FEYERABEND:

APORTES PARA LA TEOLOGÍA

De Manuel Ortega Álvarez

 

 

     Los estudios filosóficos de la ciencia pasaron del internalismo y formalismo impuestos por una concepción positivista, a convertirse en una reflexión amplia, interesada no solamente por cuestiones metodológicas (por cómo debería ser la ciencia) sino también por el desarrollo histórico real de la práctica científica. La cantidad de formalismos en que había caído la filosofía de la ciencia había sido denunciada (p. 3).

 

     En 1970 Feyerabend escribe su obra “ Contra el método”, donde propone que el anarquismo puede servir de fundamento a la epistemología y a la filosofía de la ciencia (p. 3). Varios autores cuestionan el anarquismo epistemológico de Feyerabend (p. 4). El problema que quiere atacar Feyerabend, cuyas raíces profundas cree él encontrar en Grecia, específicamente en el nacimiento del pensamiento abstracto. La sustitución de las antiguas divinidades griegas, antropomórficas y, por lo tanto, con los mismos defectos y virtudes humanas, por una divinidad abstracta, separada, que opera, desde Jenófanes, con el sólo poder del pensamiento, se vislumbra como uno de los orígenes remotos de la abstracción (pp. 5-6). Feyerabend rechaza a este dios alienígena, que corta todo vínculo con lo humano y se reviste con la apariencia del pensamiento y el ser inmutable (p. 6). Apunta Feyerabend que estas concepciones se difundieron en el mundo antiguo, afectándolo a tal punto que constituyen el suelo nutricio del posterior pensamiento abstracto en occidente. Aún más “las peculiaridades de la ciencia, su afán de «objetividad» están conectadas a esta distante «revolución»”, de la cual participa tanto Jenófanes, vinculado a los orígenes de una especie de monoteísmo en la Grecia antigua, como Parménides, quien aparte de ser el primer lógico occidental, al formular el principio de no contradicción, inaugura una especie de proto-ley de conservación, a saber, aquella que postula la conservación del ser (p. 6).

 

      A pesar de lo anterior, la abstracción y la simplificación son para Feyerabend insoslayables y necesarias, en tanto que representan un esfuerzo razonable por simplificar la abundancia del mundo que nos rodea; son una especie de economía de nuestro entendimiento (p. 6). Hasta aquí ninguna objeción. El problema surge cuando la indagación acerca de los principios que se ocultan bajo las manifestaciones fenoménicas se convierte en una obsesión enfermiza para los pensadores occidentales. En los presocráticos se presenta como la pesquisa por una sustancia, un principio simple, subyacente a la diversidad de fenómenos; en la ciencia moderna aparece como búsqueda de leyes, de regularidades que pretenden eliminar de los objetos las propiedades secundarias tales como los olores y los colores, a la vez que buscan, hasta donde sea posible, eliminar los cambios (pp. 6-7). Apunta Feyerabend que esta búsqueda posee aspectos positivos por cuanto “conduce al descubrimiento de nuevos objetivos, rasgos y relaciones”, “amplía nuestro horizonte y revela los principios que yacen tras los fenómenos más comunes”, por otro lado esconde un aspecto nocivo, ya que no acepta los fenómenos tal y como son; por el contrario, los transforma, ya sea en el pensamiento creando abstracciones, o bien mediante la experimentación activa que elimina los vínculos que unen a cada proceso con su medio; en ambos casos “las cosas han sido separadas o «bloqueadas» de la totalidad que nos rodea” (p. 7). Quizás detrás del afán unificador y totalitarista denunciado por Feyerabend se esconde un férreo rechazo a poner en peligro el núcleo mismo de la racionalidad. Habría una identificación que los científicos han hecho entre ciencia y razón (p. 7). Desde este punto de vista se teme que si se ataca el núcleo de la ciencia se tambalearían los cimientos mismos de la racionalidad (p. 8). Las distintas creencias, convicciones e inclinaciones influirán de manera significativa en las visiones de mundo que tengan los individuos de las diversas culturas existentes, las cuales proporcionan la guía material, espiritual y social para sus miembros, sin que dichos parámetros tengan que ser compartidos por individuos de otras latitudes (p. 8)


     Así como los paradigmas científicos son inconmensurables entre sí, Feyerabend afirma que la ciencia en su conjunto es inconmensurable respecto a otras formas de conocimiento. En algún momento, determinados grupo humanos eligieron ver el mundo desde la perspectiva que les proporcionaba la religión, la magia, la fe o bien la ciencia. Pero esta elección no operó bajo el signo de la racionalidad, sino motivada por razones prácticas y políticas (p. 9). Resulta irónico que la visión de mundo que describe la ciencia se está conformada por dos partes; un mundo real y oculto, accesible únicamente por medio de la observación o la experimentación; y un mundo aparente, que envuelve y oculta al anterior. La misma dicotomía aparece en ciertos contextos religiosos, separación entre el Bien y el Mal (p. 9). La crítica de Feyerabend a la ciencia admite diversas interpretaciones, y aunque la teología no fue nunca una de las disciplinas que cultivara alguna vez, sus cuestionamientos al pensamiento dogmático, monolítico y excluyente, pueden ser útiles para un quehacer teológico contemporáneo que busque el desarrollo de relaciones de paz, igualdad, respeto y tolerancia (p. 10). La oposición de Feyerabend al absolutismo científico, más que estar basada en motivos meramente epistemológicos, deja ver tras de sí una profunda motivación moral y ética (pp. 10-11). El problema no radica en la ciencia, o en la filosofía propiamente, ni siquiera en la teología o la religión; más bien la crítica de Feyerabend apunta a cualquier tipo de conocimiento (filosófico, científico o religioso) que con la pretensión de tener La Verdad, desecha y sustituye tradiciones, pensamientos y formas de vida que difieran con él (p. 11).

 

      Detrás de esta retórica dadaísta de Feyerabend se oculta la idea que esta compulsión humana por encontrar verdades absolutas, leyes científicas inexorables, conocimientos claros y distintos, dogmas inexpugnables, en fin, una especie de conocimiento total, puede desembocar en tiranía; de ahí que rescatar los aportes críticos de Feyerabend al reduccionismo en que, con frecuencia, caen las abstracciones (científicas, filosóficas, teológicas) cobren validez en un momento en que el brote de fundamentalismos diferentes, así como el uso indiscriminado de la tecnociencia con fines bélicos y de dominio, amenazan no solamente la convivencia fraterna, sino también la misma existencia de la humanidad. Apunta Feyerabend que la razón moderna e ilustrada con frecuencia ha guiado a occidente por caminos de fanatismo. El pensamiento “claro y distinto” de la Modernidad se ha utilizado para exacerbar una racionalidad que alimenta un sistema de intolerancia, dominio, lucha y muerte. En las raíces mismas de la razón científica moderna se esconde el germen de la intolerancia y el dogmatismo, que otrora era patrimonio de la religión medieval (p. 12). 

 

     Esta crítica de Feyerabend a la razón absoluta y excluyente puede resultar valiosa para el quehacer teológico contemporáneo, en tanto que hablar de Dios en la actualidad no puede reducirse a ser un lenguaje aprisionado en asépticos castillos conceptuales, o uno que busque algún tipo de “claridad y distinción” con las que se pueda anular la pluralidad o incluso la contradicción. Como apunta la crítica feyerabendiana, las absolutizaciones de todo tipo (en nuestro caso las teológicas) esconden, la mayoría de las veces, un anhelo inconfeso de dominio. La apertura hacia lo diverso, lo “otro”, lo disonante y complejo, es necesaria para articular discursos teológicos que fomenten la paz, el respeto, la fraternidad y la tolerancia. Referido como “discursos”, en plural, queriendo indicar con ello que, tan variadas como son las experiencias humanas serán las representaciones y las expresiones de lo Divino y, por tanto, las teologías que de ellas surjan. La complejidad, la contradicción, la diferencia, lejos de representar alguna especie de mal, se convierten en una virtud, pues ofrecen una oportunidad para que variadas perspectivas entren en diálogo y en lucha. La única manera en que se robustece cualquier discurso es por medio de la aceptación y el análisis de contraejemplos, y no por la obnubilación y la deferencia acrítica con que pueda ser aceptado (pp. 12-13). Las formas que puede adquirir la teología (o más bien, las teologías) a partir del pluralismo epistemológico de Feyerabend, posibilitan la existencia de discursos variados, cobijados siempre bajo el manto de la ignorancia mutua que, con respecto al Misterio, comparten los seres humanos. Su apuesta por lo concreto, lo particular, puede contribuir a deshacerse de la idea de un conocimiento teológico abstracto, desligado de relaciones personales profundas y realmente concretas (p. 14).

 

     Lo concreto, lo interpersonal, lo cotidiano, es el punto de arranque para todo tipo de conocimiento, sea científico, filosófico o teológico. Hacer teología sería no la práctica autista de unos cuantos “profesionales de la religión”, atrincherados en las paredes de la academia; sino la oportunidad para que surjan y florezcan nuevos discursos, no siempre armónicos y coincidentes entre sí, pero vinculados a las experiencias humanas concretas de los diversos pueblos. Podría objetarse, entre otras cosas, si tienen derecho a expresarse el fundamentalismo más acérrimo, o el disparate teológico más evidente. En este punto la posición de Feyerabend desata polémica y despierta la suspicacia de los intelectuales: sí, lo tienen, ya que de lo que se trata no es de privilegiar un sistema específico, sino de permitir que surja toda concepción, todo sistema, toda tradición, incluso opuestos en grado sumo; a fin de cuentas para que una idea, un sistema, en fin, una creencia se legitime, necesita de sus respectivos contraejemplos con los cuales contrastarse. Esta apertura a diversas maneras de concebir, expresar y formular la teología puede ser útil para destacar que el lenguaje tocante a lo Divino siempre trasciende nuestros conceptos cerrados, a la vez que rompe con toda pirámide jerárquica en las relaciones humanas. Del mismo modo, ha de servir también para que seamos conscientes de nuestras limitaciones, de la abrumadora distancia que nos separa y, a la vez, nos une con el Misterio, de tal manera que el lenguaje en torno a lo divino no podrá nunca ser monofónico, con pretensiones de verdad absoluta y excluyente (pp. 14-15).

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